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Mostrando entradas de abril, 2024

Salmo 47 (46)

Salmo de los hijos de Coré.   Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo;   porque el Señor altísimo es terrible, emperador de toda la tierra.   Él nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones;   él nos escogió por heredad suya: gloria de Jacob, su amado. Dios asciende entre aclamaciones;  el Señor, al son de trompetas:   tocad para Dios, tocad; tocad para nuestro Rey, tocad.   Porque Dios es el rey del mundo: tocad con maestría.   Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado.   Los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abrahán; porque de Dios son los grandes de la tierra, y él es excelso. . . . El salmo de hoy suele acompañar las lecturas de la Ascensión de Jesús como una sinfonía triunfal y exultante. Es un salmo con tintes épicos, teñido también de gozo. Sus versos desprenden luz y alegría: la exaltación de ánimo de aquel que ve, reconoce y aclama la grandeza de Dios. Qué fácil es admirarse ante

Salmo 46 (45)

De los hijos de Coré. Cántico. Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,  poderoso defensor en el peligro.   Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,  y los montes se desplomen en el mar.   Que hiervan y bramen sus olas,  que sacudan a los montes con su furia:  el Señor del universo está con nosotros,  nuestro alcázar es el Dios de Jacob. Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.   Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la aurora.   Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;  pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.  El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob. Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra:   pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,  rompe los arcos, quiebra las lanzas, prende fuego a los escudos.   «Rendíos, reconoced que yo soy Dios:  más alto que los pueblos, más alto que la tierra».   El Señor del universo est

Salmo 45 (44)

De los hijos de Coré. Canto de amor. Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un rey; mi lengua es ágil pluma de escribano. Eres el más bello de los hombres,  en tus labios se derrama la gracia, el Señor te bendice eternamente.   Cíñete al flanco la espada, valiente:  es tu gala y tu orgullo;   cabalga victorioso por la verdad,  la mansedumbre y la justicia, tu diestra te enseñe a realizar proezas.   Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,  se acobardan los enemigos del rey.   Tu trono, oh Dios, permanece para siempre,  cetro de rectitud es tu cetro real;   has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros. A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,  desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.   Hijas de reyes salen a tu encuentro, de pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir. Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida a tu pueblo y la casa pater

Salmo 44 (43)

Poema de los hijos de Coré Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron, nuestros padres nos lo han contado: la obra que realizaste en sus días, en los años remotos. Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,  y los plantaste a ellos; trituraste a las naciones, y los hiciste crecer a ellos.   Porque no fue su espada la que ocupó la tierra, ni su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro, porque tú los amabas.   Mi rey y mi Dios eres tú, que das la victoria a Jacob:  con tu auxilio embestimos al enemigo,  en tu nombre pisoteamos al agresor.   Pues yo no confío en mi arco, ni mi espada me da la victoria;   tú nos das la victoria sobre el enemigo y derrotas a nuestros adversarios. Dios ha sido siempre nuestro orgullo, y siempre damos gracias a tu nombre. Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,  y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:  nos haces retroceder ante el enemigo, y nuestro adversario nos saquea. Nos entregas como ovejas d

Salmo 43 (42)

Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado.  Tú eres mi Dios y protector, ¿por qué me rechazas?,  ¿por qué voy andando sombrío,  hostigado por mi enemigo?   E nvía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada.   Me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría,  y te daré gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío.   ¿Por qué te acongojas, alma mía,  por qué gimes dentro de mí? Espera en Dios, que volverás a alabarlo:  «Salud de mi rostro, Dios mío». . . . Luz y sombra, angustia y salvación. Estos son los claroscuros de este salmo de súplica y gratitud. Estos son los colores de nuestra vida, donde se suceden las nubes y el sol; los momentos felices ante el Dios de mi alegría y las noches oscuras de congoja. ¿De dónde vienen nuestras tristezas más profundas? De la ausencia de Dios . Y quizás no tanto porque él se aleje, sino porque nosotros, abrumados y desp

Salmo 42 (41)

Poema de los hijos de Coré Como busca la cierva corrientes de agua,  así mi alma te busca a ti, Dios mío;   mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:  ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?   Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?».   Recuerdo otros tiempos, y desahogo mi alma conmigo: cómo entraba en el recinto santo, cómo avanzaba hacia la casa de Dios entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.   ¿Por qué te acongojas, alma mía,  por qué gimes dentro de mí? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío».   De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la alabanza, la oración al Dios de mi vida.  Diré a Dios: «Roca mía, ¿por qué me olvidas? ¿Por qué voy andando, sombrío, hostigado por mi enemigo?».   Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: «¿Dónde está tu Dios?».   ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué gimes dentro de mí?

Salmo 41 (40)

Salmo de David Sáname, Señor, porque he pecado contra ti. Dichoso el que cuida del pobre y desvalido; en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor. El Señor lo guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra, y no lo entrega a la saña de sus enemigos. El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor, calmará los dolores de su enfermedad. Yo dije: «Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.» A mí, en cambio, me conservas la salud, me mantienes siempre en tu presencia. Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre. Amén. . . . En el antiguo Israel, como vemos tantas veces en las lecturas evangélicas, sanación, salud y bondad moral van unidas. La enfermedad solía achacarse a una mala conducta, a un pecado del propio enfermo, de sus padres o de sus antepasados. Así mismo, la desgracia era interpretada como un castigo por malas acciones. Hoy nos rebela esta forma de pensar. ¿Qué culpa tiene un enfermo, qué pecado ha cometido para sufrir

Salmo 40 (39)

Salmo de David Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: “Aquí estoy”, como está escrito en mi libro, “para hacer tu voluntad”. Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en mis entrañas.  He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios. Señor, tú lo sabes. . . . Este salmo expresa con maravillosa exactitud la vivencia mística de alguien que se ha sentido amado y llamado por Dios. Los versos nos relatan una progresión, que no es otra que el camino de todo hombre, de toda mujer, que tiene hambre de infinito y de plenitud. «Yo esperaba con ansia…» El hombre es un buscador . Su hambre se convierte en grito, y ese grito de anhelo es el primer canto a Dios. Quererlo es ya creer en él. «Tú no pides sacrific

Salmo 39 (38)

Salmo de David Yo me dije: «Vigilaré mi proceder, para no pecar con mi lengua; pondré una mordaza a mi boca mientras el impío esté presente». Guardé silencio resignado, enmudecí sin provecho; pero mi herida empeoró.   Y el corazón me ardía por dentro; pensándolo me requemaba, hasta que solté la lengua:   «Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis años, para que comprenda lo caduco que soy».   Me concediste un palmo de vida, mis días son nada ante ti;  el hombre no dura más que un soplo. El hombre pasa como una sombra, por un soplo se afana, atesora sin saber para quién.   Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Tú eres mi confianza. Líbrame de mis inquietudes, no me hagas la burla de los necios.   Enmudezco, no abro la boca,  porque eres tú quien lo ha hecho.   Aparta de mí tus golpes, que el ímpetu de tu mano me acaba.   Escarmientas al hombre castigando su culpa; como una polilla roes sus tesoros; el hombre no es más que un soplo.  Escucha, Señor, mi oración

Salmo 38 (37)

Salmo de David. En memoria . Señor, no me corrijas con ira, no me castigues con cólera.   Tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre mí.  No hay parte ilesa en mi carne a causa de tu furor; no tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados. Mis culpas sobrepasan mi cabeza,  son un peso superior a mis fuerzas.  Tengo las espaldas ardiendo, no hay parte ilesa en mi carne;   estoy agotado, deshecho del todo;  rujo con más fuerza que un león.   Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,  no se te ocultan mis gemidos;   siento palpitar mi corazón,  me abandonan las fuerzas y me falta la luz de los ojos.   Mis amigos y compañeros se alejan de mí, mis parientes se quedan a distancia;   me tienden lazos los que atentan contra mí, los que desean mi daño me amenazan de muerte, todo el día murmuran traiciones. Pero yo, como un sordo, no oigo; como un mudo, no abro la boca;   soy como uno que no oye y no puede replicar. En ti, Señor, espero, y tú me escucharás, Seño

Salmo 37 (36)

De David Álef No te exasperes por los malvados, no envidies a los que obran el mal:   se secarán pronto, como la hierba,  como el césped verde se agostarán. Bet Confía en el Señor y haz el bien: habitarás tu tierra y reposarás en ella en fidelidad;   sea el Señor tu delicia,  y él te dará lo que pide tu corazón.   Guímel Encomienda tu camino al Señor, confía y actuará:   hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía.   Dálet Descansa en el Señor y espera en él, no te exasperes por el hombre que triunfa empleando la intriga:   He cohíbe la ira, reprime el coraje; no te exasperes, no sea que obres mal;   porque los que obran mal son excluidos, pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra.   Vau Aguarda un momento: desapareció el malvado, fíjate en su sitio: ya no está;   en cambio, los sufridos poseen la tierra y disfrutan de paz abundante . Zain El malvado intriga contra el justo, rechina sus dientes contra él;   pero el Señor se ríe d

Salmo 36 (35)

Del siervo del Señor, David El malvado escucha en su interior un oráculo de pecado: no tiene temor de Dios, ni siquiera en su presencia. Porque se hace la ilusión de que su culpa no será descubierta ni aborrecida. Las palabras de su boca son maldad y traición, renuncia a ser sensato y a obrar bien; acostado medita el crimen, se obstina en el mal camino, no rechaza la maldad. Señor, tu misericordia llega al cielo,  tu fidelidad hasta las nubes; tu justicia es como las altas cordilleras, tus juicios con como el océanos inmenso. Tú socorres a hombres y animales, ¡qué preciosa es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas; se nutren de lo sabroso de tu casa; les das a beber del torrente de tus delicias , porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz. Prolonga tu misericordia con los que te reconocen, tu justicia con los rectos de corazón. Han fracasado los malhechores; derribados, no se pueden levantar. . . . Vivimos en un mundo do

Salmo 35 (34)

De David Pelea, Señor, contra los que me atacan, empuña el escudo y la adarga, levántate y ven en mi auxilio; di a mi alma: Yo soy tu salvación. Sean confundidos y avergonzados los que atentan contra mi vida; retrocedan y sean humillados quienes traman mi derrota; sean como tamo al viento acosados por el ángel del Señor. Pues sin motivo me escondían redes, sin motivo me abrían zanjas mortales. ¡Que les sorprenda el desastre imprevisto, que se enreden en la red que escondieron, y caigan dentro de la fosa! Yo me alegraré con el Señor, gozando de su salvación.  Todo mi ser proclamará: Señor, ¿quién como tú , que defiendes al débil del poderoso, al pobre y al humilde del explotador? Señor, tú lo has visto, no te calles; Señor, no te quedes a distancia; despierta, levántate, Dios mío; Dios mío, defiende mi causa. Júzgame según tu justicia, Señor, Dios mío, y no se reirán de mí. No pensarán: ¡Qué bien, lo que queríamos! Ni dirán: ¡Lo hemos devorado! Grande es el Señor, que desea

Salmo 34 (33)

De David Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloria en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor , dichoso el que se acoge a él. Todos sus santos, temed al Señor , porque nada les falta a los que le temen; los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada. Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. El Señor se enfrenta a los malhechores para borrar de la tierra su memoria. Cuando el afligi