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Salmo 42 (41)

Poema de los hijos de Coré

Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; 

mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? 

Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?». 

Recuerdo otros tiempos, y desahogo mi alma conmigo: cómo entraba en el recinto santo, cómo avanzaba hacia la casa de Dios entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta. 

¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué gimes dentro de mí? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío». 

De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la alabanza, la oración al Dios de mi vida. Diré a Dios: «Roca mía, ¿por qué me olvidas?

¿Por qué voy andando, sombrío, hostigado por mi enemigo?». Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: «¿Dónde está tu Dios?». ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué gimes dentro de mí? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío».

. . .

Como la cierva que busca el agua, triscando por los montes... ¡Tengo sed de ti, Señor, Dios mío! Este es un cántico de amor y añoranza. Se ama lo que se desea, y más cuando parece haberse perdido. Es un salmo que nos habla de anhelo de Dios, y de ausencia de Dios. Cuando parece que nuestra vida naufraga, cuando la luz huye de nuestra vida, cuando nos asaltan los problemas externos (esos enemigos que nos hostigan) y las sombras internas (esa congoja que gime dentro de mí), clamamos auxilio.

Y es en ese momento cuando la tentación surge, fuerte, en forma de pregunta que se repite en el salmo: ¿Dónde está tu Dios? Son muchas las voces que hoy lo cuestionan y lo niegan. ¿Dónde está Dios? ¿Para qué llamarlo? Así se burlaron las autoridades judías ante Jesús, clavado en la cruz. ¿Dónde está tu Padre del cielo, que tanto te ama? ¿Por qué no viene a salvarte?

Sin embargo, para quien ha experimentado el amor de Dios, su salvación, su alegría, no hay vuelta atrás. Aunque haya momentos en que parece que se oculta, está ahí. Su amor queda impreso en nosotros, no podemos olvidarlo. Lo buscamos como una cierva perdida, ávida de las corrientes de agua pura. ¡Que nunca nos falte esa sed! Porque quien llama, es escuchado. Y cuando volvamos a sentir su presencia (él nunca se fue, aunque calle) volveremos a cantar entre júbilo y alabanzas. No tendríamos sed de agua si no fuera porque nuestro cuerpo es en buena medida agua. No tendríamos hambre de Dios si no fuera porque él ya ha dejado su huella en nosotros.

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