Al director. Salmo de David. Cántico. Oh, Dios, tú mereces un himno en Sion y a ti se te cumplen los votos en Jerusalén, porque tú escuchas las súplicas. A ti acude todo mortal a causa de sus culpas. Nuestros delitos nos abruman, pero tú los perdonas. Dichoso el que tú eliges y acercas para que viva en tus atrios: que nos saciemos de los bienes de tu casa, de los dones sagrados de tu templo. Con portentos de justicia nos respondes, Dios, salvador nuestro; tú, esperanza del confín de la tierra y del océano remoto. Tú que afianzas los montes con tu fuerza, ceñido de poder, tú que reprimes el estruendo del mar, el rumor e las olas y el tumulto de los pueblos. Los habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante tus signos y las puertas de la aurora y del ocaso las llenas de júbilo. Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. Riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bend