De David
Hazme justicia, Señor, que camino en la inocencia; confiando en el Señor, no me he desviado.
Escrútame, Señor, ponme a prueba, sondea mis entrañas y mi corazón, porque tengo ante los ojos tu bondad, y camino en tu verdad.
No me siento con gente falsa, no me junto con mentirosos; detesto las bandas de malhechores, no tomo asiento con los impíos.
Lavo en la inocencia mis manos, y rodeo tu altar, Señor, proclamando tu alabanza, enumerando tus maravillas.
Señor, yo amo la belleza de tu casa, el lugar donde reside tu gloria. No arrebates mi alma con los pecadores, ni mi vida con los sanguinarios, que en su izquierda llevan infamias, y su derecha está llena de sobornos.
Yo, en cambio, camino en la integridad; sálvame, ten misericordia de mí.
Mi pie se mantiene en el camino recto; en la asamblea bendeciré al Señor
Este salmo nos puede confortar cuando somos víctima de
alguna injusticia o nos hemos de enfrentar a un juicio o una situación legal
compleja. Nadie desea tener que presentarse ante la justicia, es algo que todos
tememos. Hasta los refranes hablan de mantenerse bien lejos de los abogados.
Pero, por desgracia, casi todos, alguna vez en la vida, tendremos que afrontar
situaciones no deseadas y comparecer ante la ley.
David, en este salmo, clama por su inocencia. Los versos
revelan muy bien qué clase de males aquejaban a la sociedad israelita:
falsedad, hurto y homicidio. A la hora de presentarse ante el juez, la mentira
y el soborno estaban a la orden del día. Siempre ha ocurrido y ocurrirá en
todas partes.
Sin embargo, y aunque nos cause sufrimientos, el salmo nos
llama a la integridad. En la Biblia siempre vamos a encontrar una opción por la
honestidad, aunque sea la más difícil y no siempre traiga recompensas.
El salmo habla de la casa del Señor, el lugar donde reside
su gloria. ¿Cómo acercarse al lugar santo con las manos manchadas de crímenes e
injusticias? ¿Cómo ser coherentes con nuestra fe y nuestros valores si no
acompañamos la creencia con las obras?
La honradez, a largo plazo, siempre sale a cuenta. Mantener
las manos limpias y el corazón libre de culpa no sólo es liberador para nuestra
conciencia. Nos une más a Dios, que es la cima de la justicia perfecta.
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