Salmo de los hijos de Coré Oíd esto, todas las naciones; escuchadlo, habitantes del orbe: plebeyos y nobles, ricos y pobres. M i boca hablará sabiamente, mi corazón meditará con prudencia; prestaré oído al proverbio y propondré mi problema al son de la cítara. ¿Por qué habré de temer los días aciagos, cuando me cerquen y acechen los malvados, que confían en su opulencia y se jactan de sus inmensas riquezas, si nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate? Es tan caro el rescate de la vida, que nunca les bastará para vivir perpetuamente sin bajar a la fosa. Mirad: los sabios mueren, lo mismo que perecen los ignorantes y necios, y legan sus riquezas a extraños. El sepulcro es su morada perpetua y su casa de edad en edad, aunque hayan dado nombre a países. E l hombre no perdura en la opulencia, es semejante a las bestias, que perecen. Este es el camino de los confiados, el destino de los hombres satisfechos: son un rebaño para el abismo, la muerte es s