Poema de David ¡Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado! ¡Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito, en cuyo espíritu no hay engaño! Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo Todo el día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí. Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito. Propuse: "Confesaré mis faltas al Señor". ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! Tú eres mi refugio, tú me libras del peligro y me rodeas de cánticos de liberación. Te instruiré y te enseñaré el camino a seguir. No seáis irracionales como caballos y mulos, cuyo brío hay que domar con freno y brida, si no, no puedes acercarte. Los malvados sufren muchas penas; al que confía en el Señor, la misericordia lo rodea. ¡Alegraos, justos, y gozad con el Señor! ¡Aclamadlo los de corazón sincero! Este salmo penitencial canta la bondad de Dios y la liberación inmensa que supone el perdón. El perdón , en un plano puramente psi