Ir al contenido principal

Salmo 32 (31)

Poema de David

¡Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado!

¡Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito, en cuyo espíritu no hay engaño!

Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo Todo el día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí.

Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito. Propuse: "Confesaré mis faltas al Señor". ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado!

Tú eres mi refugio, tú me libras del peligro y me rodeas de cánticos de liberación. Te instruiré y te enseñaré el camino a seguir.

No seáis irracionales como caballos y mulos, cuyo brío hay que domar con freno y brida, si no, no puedes acercarte. 

Los malvados sufren muchas penas; al que confía en el Señor, la misericordia lo rodea.

¡Alegraos, justos, y gozad con el Señor! ¡Aclamadlo los de corazón sincero!

 

Este salmo penitencial canta la bondad de Dios y la liberación inmensa que supone el perdón.

El perdón, en un plano puramente psicológico, tiene una tremenda fuerza sanadora. El perdón limpia, libera, deshace los nudos interiores, desata la alegría y devuelve las ganas de vivir. Pero, para vivir una experiencia verdaderamente liberadora y gozosa del perdón son necesarias al menos dos cosas.

La primera es la consciencia de pecado. Hoy día se tiende a eliminar todo trazo moral de nuestra cultura. Muchos dicen: «no hay pecado, sólo hay ignorancia». O bien afirman que el pecado es un invento de la Iglesia para dominarnos. Quienes así hablan olvidan que la naturaleza humana es consciente, es sensible y posee un sentido innato de lo moral, de lo que es bueno, verdadero y bello. Y por eso una mente despierta en seguida sabe si ha obrado bien o mal y siente el peso de la culpa cuando es responsable de algún daño.

«Había pecado, lo reconocí, no te escondí mi delito», reza el salmo. La persona que reconoce sus males, la que no tiene doblez, está en camino de recibir el perdón y liberarse. El problema es cuando queremos tapar nuestros fallos y pretendemos engañarnos a nosotros mismos y a los demás con excusas o máscaras de bondad y conveniencia. Tal vez podremos ocultar nuestros pecados, pero nunca podremos liberarnos de la culpa, y ésta nos devorará por dentro.

Y la segunda cosa es aceptar la bondad de quien nos perdona. Quizás aún conservamos el miedo a un Dios severo y juez. Pero los salmos nos recuerdan una y otra vez que Dios es compasivo y siempre tiene la mano tendida para perdonar. A quien está sinceramente arrepentido, jamás le tiene en cuenta sus males y lo ama. El padre del hijo pródigo es su vivo retrato. Decía un gran teólogo que Dios es tremendamente olvidadizo. No recuerda nuestros pecados para echárnoslos en cara. No conserva un historial de agravios. Para Él, lo que importa es el corazón abierto, dispuesto a dar y recibir amor. Como afirma el papa Francisco en su libro El nombre de Dios es misericordia, Dios busca siempre una rendija por donde entrar y darnos su perdón.

El salmo sigue desgranando en sus versos el gozo desbordante de quien se siente perdonado. «Me colmas con la alegría de la salvación». Es salvado quien se sabe y se siente amado. Es salvado quien acepta el amor y quiere amar. Y quien es amado exulta y se regocija. El arrepentimiento sincero es el primer paso: el perdón es una fiesta.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Salmo 1

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza  en el Señor. Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,  ni entra por la senda de los pecadores,  ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia:  da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas;  y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos,  pero el camino de los impíos acaba mal. El primero de todos los salmos expresa un deseo íntimo del ser humano: el anhelo de felicidad.  El profeta Jeremías (Jr 17, 5-8) nos habla de dos tipos de persona: la que sólo confía en sí misma, en su fuerza y en su riqueza, y la que confía en Dios. El que deposita su fe en las cosas materiales o en sí mismo es como cardo en el desierto; el que confía en Dios es árbol bien arraig...

Salmo 4

Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración. Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo.   Este salmo es una preciosa oración para abrir el espíritu y dejar que la paz, la paz de Dios , la única que es auténtica, nos vaya invadiendo, poco a poco, y calme nuestras tormentas interiores. El salmo habla de sentimientos y situaciones muy humanas: ese aprieto que atenaza nuestro corazón cuando estamos en dificultades o sufrimos carencias; esa falta de luz cuando parece que Dios está ausente y el mundo se nos cae encima. Los problemas nos abruman y podemos tener la sensación, muy a menudo, de que vivimos abandonados y aplastados bajo un peso enorme. Dios da anchura, Dios alivia, Dios arroj...

Salmo 5

Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio, Rey mío y Dios mío. ¡A ti te suplico, Señor! Por la mañana escuchas mi voz,  por la mañana expongo mi causa y quedo a la espera. Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni es tu huésped el malvado;  no resiste el arrogante tu presencia. Detestas a los malhechores, acabas con los mentirosos; al hombre sanguinario y al traicionero los aborrece el Señor. Pero yo, por tu gran bondad, me atrevo a entrar en tu Casa,  a postrarme en tu santo Templo, lleno de respeto hacia ti. Guíame, Señor, con tu justicia, responde a mis adversarios,  allana el camino a mi paso. Castígalos, oh Dios, haz que fracasen sus planes; Expúlsalos por sus muchos crímenes, porque se han rebelado contra ti. Que se alegren los que se acogen a ti, con júbilo eterno; Protégelos, que se llenen de gozo los que aman tu nombre. Tú bendices al inocente, Señor, y como un escudo lo rodea tu favor....