Salmo
de David
Señor,
el rey se alegra por tu fuerza, ¡y cuánto goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no
le has negado lo que pedían sus labios.
Te
adelantaste a bendecirlo con el éxito, y has
puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te
pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término. Tu victoria ha engrandecido su fama, lo
has vestido de honor y majestad.
Le
concedes bendiciones incesantes, lo colmas de gozo en
tu presencia. Porque el rey confía en el
Señor, y
con la gracia del Altísimo no fracasará.
Que
tu izquierda alcance a tus enemigos, y tu derecha a los que te odian. Los convertirás en un horno encendido el
día de tu cólera, Señor; los devorará en su ira, el
fuego los consumirá. Borrarás de la tierra su
fruto, y su
semilla de entre los humanos.
Aunque
tramen maldades contra ti y urdan intrigas, nada
conseguirán, pues los pondrás en fuga, tensando
el arco contra ellos.
Levántate,
Señor, con tu fuerza, y al
son de instrumentos cantaremos tu poder.
Este salmo era una oración del rey antes de salir para la
batalla. Bendice al rey de Israel y maldice a sus enemigos, según la creencia
antigua en Oriente Próximo: los reyes son bendecidos y protegidos por su Dios.
Si se amparan en él, triunfarán en sus empresas y sus enemigos serán
derrotados: consumidos en el fuego, puestos en fuga, como dicen los versos del
salmo. Las imágenes nos trasladan a escenas de guerra pavorosas: así debían
perecer los vencidos en el combate. Y borrar su semilla, en la mentalidad
antigua, significaba exterminio total. Dios era considerado un patrón o
protector nacional, que defendía a su pueblo. No era el Dios universal, Padre
de todos, que atisbaron los profetas y que nos mostró Jesús. Esta era su
visión.
Sin embargo, los salmos, como oraciones, siempre se pueden
trasladar al presente. Pongámonos nosotros en lugar de David. Somos hijos de
Dios; somos pequeños reyes en esta tierra. Tenemos planes y proyectos: cada día
es una pequeña batalla. Si nos apoyamos en Dios, él bendecirá nuestras obras y nos
coronará con la victoria. Nos dará una vida plena, colmada de bienes. Si
confiamos en él, no fracasaremos y nos protegerá del mal.
Dios
defiende a sus amados. A veces parece que no es así, pero hay que saber leer
entre líneas nuestra historia para descubrir las muchas bendiciones que nos han
sido dadas. Quizás hemos de afrontar los retos y tareas de cada día: como
David, alzando la mirada al cielo, por unos instantes, para orientarnos y
llegar a buen puerto.
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