Poema de David. Dios mío, escucha mi oración, no te cierres a mi súplica; hazme caso y respóndeme. Me agitan mis ansiedades, me turba la voz del enemigo, los gritos del malvado. Descargan sobre mí calamidades y me atacan con furia. Se agita mi corazón, me sobrecoge un pavor mortal, me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto. Y pienso: «¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme! Emigraría lejos, habitaría en el desierto, esperaría en el que puede salvarme del huracán y la tormenta». ¡Destrúyelos, Señor, confunde sus lenguas! Pues veo en la ciudad violencia y discordia: día y noche hacen la ronda sobre sus murallas; en su recinto, crimen e injusticia; dentro de ella, calamidades; no se apartan de su plaza la crueldad y el engaño. Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él; pero eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad: juntos íbamos entre el