Poema de David.
Dios mío, escucha mi oración, no te cierres a mi súplica; hazme caso y respóndeme. Me agitan mis ansiedades, me turba la voz del enemigo, los gritos del malvado. Descargan sobre mí calamidades y me atacan con furia.
Se agita mi corazón, me sobrecoge un pavor mortal, me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto. Y pienso: «¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme! Emigraría lejos, habitaría en el desierto, esperaría en el que puede salvarme del huracán y la tormenta».
¡Destrúyelos, Señor, confunde sus lenguas! Pues veo en la ciudad violencia y discordia: día y noche hacen la ronda sobre sus murallas; en su recinto, crimen e injusticia; dentro de ella, calamidades; no se apartan de su plaza la crueldad y el engaño.
Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él; pero eres tú, mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad: juntos íbamos entre el bullicio por la casa de Dios.
¡Que los sorprenda la muerte, desciendan vivos al abismo, pues la maldad habita en ellos! Pero yo invoco a Dios, y el Señor me salva: por la tarde, en la mañana, al mediodía, me quejo gimiendo.
Dios escucha mi voz: en paz rescata mi alma de la guerra que me hacen, porque son muchos contra mí. Dios me escucha, los humilla el que reina desde siempre. Porque no quieren enmendarse ni temen a Dios.
Levantan la mano contra su aliado, violando los pactos; su boca es más blanda que la manteca, pero desean la guerra; sus palabras son más suaves que el aceite, pero son puñales. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará; no permitirá jamás que el justo caiga.
Tú, Dios mío, los harás bajar a ellos a la fosa profunda. Los traidores y sanguinarios no cumplirán ni la mitad de sus años. Pero yo confío en ti, Señor.
. . .
Podemos leer este salmo cuando hayamos sido traicionados por una persona cercana y amiga. Quien ha vivido la traición sabe cuán dolorosa es, sobre todo porque se trata de alguien querido. ¿Quién sino alguien muy próximo a nuestro corazón puede traicionarnos? David habla de un compañero, amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad. Sufrir su deserción es mucho peor que el ataque de un enemigo.
Este salmo de David responde a otro momento dramático de su
vida, cuando su propio hijo se rebeló contra él y una parte de sus nobles y
consejeros le respaldaron, llegando a ocupar el trono y la ciudad de Jerusalén.
David tuvo que huir, vilipendiado por muchos que antes se habían inclinado ante
él. El dolor de la traición y el temor ante los enemigos lo lleva a la oración,
de nuevo.
También nosotros, cuando hemos sido traicionados y nos vemos
en apuros, nos sentimos así. Desearíamos salir volando, como una paloma, para
huir bien lejos de la tormenta, buscando la paz. La tristeza y la rabia se unen
y perdemos la paz.
Sean cuales sean nuestros sentimientos, este salmo nos
enseña a ponerlos ante Dios. Dios, escucha mi voz, rescata mi alma de la
guerra que me hacen. De la guerra que me hacen y de la guerra que se ha
desatado en mi interior. La falsedad de las personas traicioneras, que a menudo
usan de su elocuencia para convencer a los demás, con palabras más suaves
que el aceite, pero que son puñales, nos indigna.
¿Qué hacer? Se suele decir: no decidas en caliente. No tomes
decisiones con la mente enturbiada. Calma. Confianza. Desde la mirada de Dios
las cosas se ven de otro modo. Ante situaciones como esta, antes de actuar, es
necesario recapacitar. Y antes de tomar decisiones, un buen paso es rezar. Encomienda
a Dios tus afanes. Exponlos ante él. Dios te escucha, Dios te dará paz e
iluminará tu mente para que puedas actuar con acierto y prudencia. Tal vez necesitas aprender una gran lección de esta prueba tan dura.
Yo confío en ti, Señor.
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