Salmo de David Yo me dije: «Vigilaré mi proceder, para no pecar con mi lengua; pondré una mordaza a mi boca mientras el impío esté presente». Guardé silencio resignado, enmudecí sin provecho; pero mi herida empeoró. Y el corazón me ardía por dentro; pensándolo me requemaba, hasta que solté la lengua: «Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis años, para que comprenda lo caduco que soy». Me concediste un palmo de vida, mis días son nada ante ti; el hombre no dura más que un soplo. El hombre pasa como una sombra, por un soplo se afana, atesora sin saber para quién. Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Tú eres mi confianza. Líbrame de mis inquietudes, no me hagas la burla de los necios. Enmudezco, no abro la boca, porque eres tú quien lo ha hecho. Aparta de mí tus golpes, que el ímpetu de tu mano me acaba. Escarmientas al hombre castigando su culpa; como una polilla roes sus tesoros; el hombre no es más que un soplo. Escucha, Señor, mi oración