Al Director. De David . En conmemoración. Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme. Sufran una derrota ignominiosa los que me persiguen a muerte; vuelvan la espalda afrentados los que traman mi daño. Retírense avergonzados los que se ríen de mí. A légrense y gocen contigo todos los que te buscan; y digan siempre: «Dios es grande», los que desean tu salvación. Yo soy pobre y desgraciado: oh Dios, socórreme, que tú eres mi auxilio y mi liberación. ¡Señor, no tardes! . . . Señor, ¡no tardes! Cuando nos sentimos en aprietos y sabemos que alguien nos quiere hacer daño, cuando el mal nos acosa, tenemos varias opciones: resistir, desesperarnos o atacar. El salmista siempre nos ofrece una vía diferente: confiar en Dios . Pero no es una confianza ciega ni resignada. Nadie confía en alguien que no conoce, o del que no tiene pruebas de que merece confianza. Una oración es una flecha lanzada al cielo: siempre hay la esperanza de que llegue a diana. Y el c