De David. Plegaria en la tribulación Señor, no me corrijas en tu cólera, no me castigues con tu furor. Piedad, Señor, que desfallezco, cura, Yahvé, mis huesos sin fuerza. Me encuentro del todo abatido. Y tú, Señor, ¿hasta cuándo? Vuélvete, Señor, Libera mi alma, sálvame por tu misericordia. Porque en el reino de la muerte nadie te invoca, y en el abismo, ¿quién te alabará? Estoy extenuado de gemir, baño mi lecho cada noche, riego de lágrimas mi cama; mis ojos se consumen irritados. ¡Apartaos de mí los malvados! Que el Señor ha escuchado mi llanto; el Señor ha escuchado mi súplica; el Señor acepta mi oración. ¡Que la vergüenza abrume a mis enemigos, que huyan de inmediato, cubiertos de vergüenza! De nuevo tenemos a David, atribulado y acosado por sus enemigos. Este rey vivió una vida muy azarosa, pero, como vemos, jamás se olvidó de su Señor. Podemos recitar, despacio, las vehementes frases de este salmo. Podemos hacerlas nuestras, ¡tantas veces