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Salmo 5

Señor, escucha mis palabras, atiende

a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio,

Rey mío y Dios mío.

¡A ti te suplico, Señor! Por la mañana escuchas mi voz, 

por la mañana expongo mi causa y quedo a la espera.

Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni es tu huésped el malvado; 

no resiste el arrogante tu presencia.

Detestas a los malhechores, acabas con los mentirosos;

al hombre sanguinario y al traicionero los aborrece el Señor.

Pero yo, por tu gran bondad, me atrevo a entrar en tu Casa, 

a postrarme en tu santo Templo, lleno de respeto hacia ti.

Guíame, Señor, con tu justicia, responde a mis adversarios, 

allana el camino a mi paso.

Castígalos, oh Dios, haz que fracasen sus planes;

Expúlsalos por sus muchos crímenes,

porque se han rebelado contra ti.

Que se alegren los que se acogen a ti, con júbilo eterno;

Protégelos, que se llenen de gozo los que aman tu nombre.

Tú bendices al inocente, Señor,

y como un escudo lo rodea tu favor.

 

Este salmo es una oración matinal que invoca protección contra los malvados. Atribuido a David, es otro salmo de petición de ayuda en medio de los sinsabores.

Llaman la atención en este salmo la sinceridad en el deseo de venganza contra los enemigos. Esto nos recuerda que los salmos son voces humanas, a veces desesperadas, que se alzan ante Dios. ¿Quién de nosotros no ha abrigado en su corazón deseos de justicia indignada? ¡Que fracasen esos arrogantes, hipócritas y criminales! ¡Que Dios los castigue! ¡Que reciban su merecido!

Pero la realidad nos muestra que las cosas no siempre son así: Dios no castiga a los malos por sistema, más bien ellos afrontan las consecuencias de sus actos, aunque no siempre. Como dice el Eclesiastés, la vida a veces es bien injusta, pues la gente no recibe lo que se merece. Job aún es más amargo: muchos malos medran y prosperan, mientras que los buenos reciben desgracias sin cuento.

¿Qué nos queda, en este salmo? Una inmensa confianza en Dios. Tan grande, que nos atrevemos a mostrar nuestro enfado y nuestro clamor de justicia ante él. Con Dios no vale fingir ni aparentar corrección: podemos ser como somos, incluso airados. Sólo el hecho de confiar en él empieza a sanarnos.

Salgamos cada mañana revestidos con este escudo invisible y fuerte, que es el favor de Dios, su amor infinito, su protección. A su lado, no hay temor.

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