Alef
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas; me alegro y exulto contigo, y toco en honor de tu nombre, oh, Altísimo.
Bet
Porque mis enemigos retrocedieron, cayeron y perecieron ante tu rostro. Defendiste mi causa y mi derecho, sentado en tu trono como juez justo.
Guímel
Reprendiste
a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido. El enemigo acabó en ruina perpetua, arrasaste sus ciudades y se
perdió su nombre.
He
Dios está sentado por siempre en el trono que ha colocado para juzgar. Él juzgará el orbe con justicia y regirá las naciones con rectitud.
Vau
Él será refugio del oprimido, su refugio en los momentos de peligro. Confiarán en ti los que conocen tu nombre, porque no abandonas a los que te buscan.
Zain
Tañed en honor del Señor, que reside en Sión; narrad sus hazañas a los pueblos; él venga la sangre, él recuerda y no olvida los gritos de los humildes.
Jet
Piedad,
Señor; mira cómo me afligen mis enemigos; levántame del umbral de la muerte, para que pueda proclamar tus alabanzas; en las puertas de la
hija de Sión gozaré con tu salvación.
Tet
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó prendido en la red que escondieron. El Señor apareció para hacer justicia, y se enredó el malvado en sus propias acciones.
Yod
Vuelvan al abismo los malvados, los pueblos que olvidan a Dios.
Kaf
Él no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá. Levántate, Señor, que el hombre no triunfe: sean juzgados los gentiles en tu presencia. Señor, infúndeles terror, y aprendan los pueblos que no son más que hombres.
10
Lámed
¿Por
qué te quedas lejos, Señor, y te escondes en el momento del aprieto? En su soberbia el impío oprime al infeliz y lo enreda en las
intrigas que ha tramado.
Mem
El malvado se gloría de su ambición, el codicioso blasfema y desprecia al Señor.
Nun
El malvado dice con insolencia: «No hay Dios que me pida cuentas». La intriga vicia siempre su conducta, aleja de su mente tus juicios y desafía a sus rivales. Piensa: «No vacilaré, nunca jamás seré desgraciado».
Pe
Su
boca está llena de maldiciones, de engaños y de fraudes; su lengua encubre
maldad y opresión; en el zaguán se sienta al
acecho para matar a escondidas al inocente.
Sade
Acecha
en su escondrijo, como león en su guarida, acecha al desgraciado para robarle,
| arrastrándolo a sus redes; se agacha y se
encoge y con violencia cae sobre el indefenso. Piensa: «Dios lo olvida, se tapa la cara, no se entera».
Qof
Levántate,
Señor, extiende tu mano, no te olvides de los humildes. ¿Por qué ha de despreciar a Dios el malvado, pensando que no le
pedirá cuentas?
Res
Pero
tú ves las penas y los trabajos, tú miras y los tomas en tus manos. A ti se
encomienda el pobre, tú socorres al huérfano.
Sin
Rómpele el brazo al malvado, pídele cuentas de su maldad, y que desaparezca. El Señor reinará eternamente, y los gentiles desaparecerán de su tierra.
Tau
Señor, tú escuchas los deseos de los humildes, les prestas oído y los animas; tú defiendes al huérfano y al desvalido: que el hombre hecho de tierra no vuelva a sembrar su terror.
Estos dos salmos, en su origen, formaban un solo poema
acróstico o alfabético: es decir, que cada verso comenzaba con una letra del
alfabeto hebreo (alef, bet, guímel..., aunque faltan algunas). En la
Biblia de los Setenta y en la Vulgata (traducción del hebreo al latín) se
mantiene unido, pero en los textos de la Biblia hebrea aparece dividido en dos.
Por eso, a partir de este salmo, las Biblias católicas mantienen una doble
numeración. El siguiente, según el texto hebreo, es el salmo 11. Pero en la
liturgia católica, que sigue la Vulgata, será el salmo 10 (que se indica entre
paréntesis). Por tanto, si queremos leer el salmo que corresponde a la misa del
día, debemos seguir la numeración entre paréntesis a partir de este salmo.
Dicho esto, disfrutemos de los versos de este himno. Es un
cántico de gratitud del rey David, firmemente asentado en su trono, que alaba a
Dios por lo que ha hecho en su favor. En la cima de su poder, fácilmente podría
caer en la arrogancia de cualquier gobernante. Pero David no olvida sus
orígenes humildes, como pastor en Belén. Tampoco olvida que Israel es un reino
pequeño, comprimido entre otras naciones poderosas que pujan por devorarlo. De
ahí que lance versos despiadados contra estos enemigos que confían en su
poderío e ignoran a Dios.
En este salmo resuenan ecos proféticos. Las dos grandes
denuncias del profetismo fueron la idolatría, el abandono de Dios, y la
injusticia social. El salmo ataca a quienes oprimen al pobre, al huérfano y a
la viuda: Dios se pone de parte de ellos, es su defensor. El salmo también es
demoledor con la ambición de los malvados, que sin escrúpulos, valiéndose de
engaños, abusan de los pobres. Creo que muchos lectores podemos sentirnos
identificados con este anhelo de justicia.
¿Cómo leer estos versos hoy? Aunque las formas cambien, hay
un trasfondo que permanece. La naturaleza humana sigue siendo así: quienes
detentan el poder ignoran a Dios. Más aún, se colocan en posición de dioses,
manejando a las gentes y los recursos del planeta como les da la gana. Lo
estamos viendo cada día. Se burlan de la religión y parece que repiten los
versos del salmo: Dios no existe, ¡no se entera! ¡No puede hacer nada! ¿Qué se
interpondrá entre nosotros y nuestros planes?
Las desgracias que afligen el mundo y el avance de ciertas
políticas anti-humanas parecen darles la razón...
Pero David canta una verdad innegable, que sólo el tiempo va
revelando, con el paso de la historia. No hay poderío humano que dure para
siempre. Dios no se tapa la cara, no desoye el clamor de los oprimidos. Está en
nuestras manos convertirnos en el brazo de Dios, que tiende la mano al débil y
socorre a la víctima.
El deseo de David es un grito que brota hoy de muchas
gargantas: ¡que cese ya el daño que los propios hombres infligen sobre sus
hermanos! Que dejen de creerse dioses.
Que el hombre hecho de tierra cese ya en su terror.
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