Ir al contenido principal

Salmo 6

De David. Plegaria en la tribulación

Señor, no me corrijas en tu cólera,

no me castigues con tu furor.

Piedad, Señor, que desfallezco,

cura, Yahvé, mis huesos sin fuerza.

Me encuentro del todo abatido.

Y tú, Señor, ¿hasta cuándo? Vuélvete, Señor,

Libera mi alma, sálvame por tu misericordia.

Porque en el reino de la muerte nadie te invoca,

y en el abismo, ¿quién te alabará?

Estoy extenuado de gemir, baño mi lecho cada noche,

riego de lágrimas mi cama; mis ojos se consumen irritados.

¡Apartaos de mí los malvados!

Que el Señor ha escuchado mi llanto;

el Señor ha escuchado mi súplica;

el Señor acepta mi oración.

¡Que la vergüenza abrume a mis enemigos,

que huyan de inmediato, cubiertos de vergüenza!

 

De nuevo tenemos a David, atribulado y acosado por sus enemigos. Este rey vivió una vida muy azarosa, pero, como vemos, jamás se olvidó de su Señor.

Podemos recitar, despacio, las vehementes frases de este salmo. Podemos hacerlas nuestras, ¡tantas veces! Cuando nos sentimos enfermos, abatidos, deprimidos o atados por mil problemas. Cuando alguien ha cometido una injusticia contra nosotros. Cuando hemos sufrido una pérdida.

Todos conocemos noches insomnes de llanto. Este salmo recoge ese dolor.

Pero, como dice el refrán, una pena compartida es menos pena; quien canta su mal espanta. David canta, convierte en música y verso su clamor, sus lágrimas y su rabia. Cuando no tenemos hermosas alabanzas que ofrecer a Dios, podemos ofrecerle gritos. Él los acepta.

Y esa oración desesperada, aunque nos parezca indigna, es una ofrenda para él. Su amor la quema, como incienso, y de ella sale una fragancia de consuelo. Sí, el Señor escucha nuestro llanto. Ni una sola lágrima derramada le es indiferente. El Señor acepta nuestra oración, aunque esté cargada de enojo y reproches. No rechaza nada, lo acoge todo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Salmo 1

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza  en el Señor. Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,  ni entra por la senda de los pecadores,  ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia:  da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas;  y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos,  pero el camino de los impíos acaba mal. El primero de todos los salmos expresa un deseo íntimo del ser humano: el anhelo de felicidad.  El profeta Jeremías (Jr 17, 5-8) nos habla de dos tipos de persona: la que sólo confía en sí misma, en su fuerza y en su riqueza, y la que confía en Dios. El que deposita su fe en las cosas materiales o en sí mismo es como cardo en el desierto; el que confía en Dios es árbol bien arraig...

Salmo 150

  Aleluya. Alabad al Señor en su templo, alabadlo en su fuerte firmamento;  2 alabadlo por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza.  3 Alabadlo tocando trompetas, alabadlo con arpas y cítaras;  4 alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con trompas y flautas;  5 alabadlo con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes. 6 Todo ser que alienta alabe al Señor. ¡Aleluya! . . . ¡Salmo final! Con redobles, arpas, cítaras y un aleluya que llega hasta las puertas del cielo. Se dice que la última palabra es la definitiva, la conclusiva, la más importante. Las últimas palabras de un hombre antes de morir, la última palabra de un discurso, de una canción, de un poema. El broche de oro. Las últimas palabras del salmo son de alabanza. Hay santos que dicen que la única oración que, en realidad, deberíamos pronunciar, es la alabanza. Hay teólogos que afirman que toda forma de oración, en el fondo, es una alabanza. La liturgia pasc...

Salmo 5

Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio, Rey mío y Dios mío. ¡A ti te suplico, Señor! Por la mañana escuchas mi voz,  por la mañana expongo mi causa y quedo a la espera. Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni es tu huésped el malvado;  no resiste el arrogante tu presencia. Detestas a los malhechores, acabas con los mentirosos; al hombre sanguinario y al traicionero los aborrece el Señor. Pero yo, por tu gran bondad, me atrevo a entrar en tu Casa,  a postrarme en tu santo Templo, lleno de respeto hacia ti. Guíame, Señor, con tu justicia, responde a mis adversarios,  allana el camino a mi paso. Castígalos, oh Dios, haz que fracasen sus planes; Expúlsalos por sus muchos crímenes, porque se han rebelado contra ti. Que se alegren los que se acogen a ti, con júbilo eterno; Protégelos, que se llenen de gozo los que aman tu nombre. Tú bendices al inocente, Señor, y como un escudo lo rodea tu favor....