De David
A ti, Señor, te invoco; Roca mía, no seas sordo a mi voz; que, si no me escuchas, seré igual que los que bajan a la fosa. Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario.
No me arrebates con los malvados ni con los malhechores, que hablan de paz con el prójimo, pero llevan la maldad en el corazón.
Págales según sus obras, según la maldad de sus actos; págales según la obra de sus manos, devuélveles su merecido. Ya que no entienden las proezas del Señor, ni la obra de sus manos, ¡que él los derribe y no los reconstruya!
Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante; el Señor es mi fuerza y mi escudo: en él confía mi corazón; él me socorrió, y mi corazón se alegra y le canta agradecido.
El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad, sé su pastor y llévalos siempre.
Otro salmo de confianza de David, que nos gusta por el
amparo de Dios, a quien llama Roca mía, y nos desconcierta por los deseos de
venganza del rey contra sus enemigos: ¡devuélveles su merecido!
Recordemos que los salmos, siendo palabra inspirada por
Dios, son voces humanas. Y todos, cuando nos vemos acosados por personas que
quieren nuestro mal, queremos justicia e incluso revancha. Pero fijémonos en un
aspecto: David no va a vengarse de sus adversarios, pide a Dios que sea él
quien haga justicia y les devuelva el mal que hacen. Confía en la justicia
divina. Y esto es un cambio respecto a lo que solemos ver. En la realidad,
pocas veces encontramos a personas que confíen la venganza o la justicia en
manos de Dios. Más bien queremos tomarnos la justicia por nuestra cuenta,
recurriendo a jueces y abogados si hace falta.
Si algo debemos aprender de la voz de David, que resuena en estos salmos, es su inmensa, inagotable confianza en Dios. David no fue un hombre perfecto, como nadie de nosotros lo es. Cometió errores y se manchó las manos de sangre. Pero tuvo la apertura de corazón suficiente como para descansar en Dios. De él recibió amor, fortaleza, ánimos, inspiración... y también el perdón que necesitaba.
Dios ve las cosas de forma diferente, y Jesús nos mostró el rostro de un Padre bondadoso y nada vengativo, mucho más padre que juez. Pero, como David, podemos llamarle Roca, escudo y defensa, porque lo es: fuerza, apoyo, salvación y guía en nuestro camino.
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