A ti, Señor, levanto mi alma.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador.
Tú eres mi Dios y mi salvador, y todo el día te estoy esperando.
El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.
Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía con sus fieles y les da a conocer su
alianza.
La analogía de la vida humana con un camino es muy propia de nuestra cultura occidental y, en concreto,
de la fe cristiana. La vida es un trayecto que a veces resulta placentero y
otras se convierte en un sendero escarpado y lleno de dificultades. En todo
camino hay un inicio y una meta, un fin. Sabemos que echamos a andar cuando
somos engendrados y, para los creyentes, la meta es regresar a los brazos de
nuestro Creador. Pero, durante el recorrido, que puede ser muy largo y azaroso,
necesitamos referencias y orientación.
Dios se convierte en guía,
siguiendo la tradición de la fe hebrea, que ve a Dios como pastor de su pueblo.
No es un dios lejano e indiferente, a quien nada le importen sus criaturas. No
nos abandona, perdidos en el vasto mundo. Pero, por otra parte, también es
cierto que no todos querrán seguir sus indicaciones.
¿Quiénes escuchan su voz? Los pecadores y los humildes, dice
el salmo. Los que se despojan del orgullo y reconocen que Dios es más que
ellos, que Dios puede más. Los que no se endiosan ni rechazan a su Creador.
Hasta los que cometen errores y ofensas, si abren el corazón, podrán ser
iluminados.
«Las sendas del Señor son misericordia y lealtad»[1].
Reflexionemos sobre estas palabras. Misericordia
es, literalmente, afecto entrañable, corazón tierno que se derrite de amor. Lealtad es otra gran virtud de Dios:
siempre fiel, siempre está cerca, siempre atento. Dios vela como una madre
sobre nosotros. Y sus mandatos no son otra cosa que esas orientaciones que nos
guían en el camino de la vida. No son órdenes arbitrarias, sino avisos y
enseñanzas.
Los antiguos judíos recordaban a menudo esta lealtad de
Dios. En el salmo se repite la palabra alianza.
Es una alianza a dos partes: Dios y el ser humano. Por la parte de Dios, el
amor y la ayuda jamás fallan: Él siempre da. Por nuestra parte, la humana, tan
sólo nos pedirá un alma abierta, dispuesta a recibirle y acogerle. Esta es la
auténtica humildad, que no tiene nada que ver con el encogimiento y la
humillación, sino con la alegría del que se sabe infinitamente amado.
El Salmo 24 nos da palabras de esperanza en todo momento.
Quizás atravesamos un tramo borrascoso de nuestro camino pero, en medio de los
problemas, Dios está ahí: si levantamos
el alma hacia él, saldremos adelante.
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