Al Director. Salmo de David. Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento, protege mi vida del terrible enemigo; escóndeme de la conjura de los perversos y del motín de los malhechores. Afilan sus lenguas como espadas y disparan como flechas palabras venenosas, para herir a escondidas al inocente, para herirlo por sorpresa y sin riesgo. Se animan al delito, calculan cómo esconder trampas, y dicen: «¿Quién lo descubrirá?». Inventan maldades y llevan a cabo sus proyectos criminales: su mente y su corazón son un abismo. Pero Dios los acribilla a flechazos, por sorpresa los cubre de heridas; su misma lengua los lleva a la ruina, y los que los ven menean la cabeza. Todo el mundo se atemoriza, proclama la obra de Dios y medita sus acciones. El justo se alegra con el Señor, se refugia en él, y se felicitan los rectos de corazón. . . . En las novelas o en el cine, cuando el héroe sufre toda clase de vicisitudes y ataques de los malvados enemigos, siempre llega el mome