El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo.
Él me protegerá en su tienda el día del peligro; me esconderá en lo escondido de su morada, me alzará sobre la roca.
Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.» Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.
Luz, fuerza, auxilio, defensa… son atributos que los salmos
y las sagradas escrituras otorgan a Dios. En ellos se hace patente ese instante
de clarividencia profunda en el que el hombre se conoce a sí mismo y se sabe
pequeño e indigente, al tiempo que reconoce y admira la grandeza de Dios. Son
momentos que iluminan el alma y la vida, como aquel día en que los discípulos
amados de Jesús lo acompañaron en su ascensión al monte Tabor y vieron en él la
gloria de Dios.
Pero Dios no sólo es grande y luminoso: también es Padre,
nos ama y protege. El hombre sediento de amor busca su rostro, es decir, ansía sentir sobre él su mirada, su presencia,
su calor. Toda persona necesita saberse amada, escuchada, sostenida por el
amor. Detrás de muchas búsquedas humanas, diversas y a veces desesperadas, late
ese deseo de ver el rostro de Dios.
El Señor es mi luz y mi salvación. Caminar en
tinieblas trae consigo el miedo. Y el miedo, la incerteza, el vacío, son los
grandes enemigos que acechan nuestra vida sobre la tierra. Cuántas personas
caminan desorientadas o incluso dejan de caminar, paralizadas por el temor.
Vemos a nuestro alrededor mucho movimiento, trabajo, agitación frenética. Pero
dentro de los corazones, ¿hay movimiento? ¿Hay cambio, hay pasión, hay una
evolución? Muchas veces el trajín exterior oculta una terrible inmovilidad
interior. Se nos petrifica el alma y, por mucho que hagamos cosas, en realidad
hemos comenzado a morir. Necesitamos que el sol penetre en nosotros: el sol,
que es imagen de ese rostro amoroso de Dios que nos alumbra y nos transforma.
Alguien dijo que el espíritu humano es como los girasoles.
Siempre se vuelve hacia el Sol. ¡Ojalá siempre fuera así, y buscáramos la
presencia de Dios en cada momento de nuestra vida! Que los nubarrones y las
capas de miedo, frialdad y mentira no nos alejen de él. Porque la flor que deja
de recibir la luz, tarde o temprano agoniza.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
¿Qué país es este? ¿Dónde encontrar esta dicha? Esta petición es otra forma de
expresar lo que recitamos en el Padrenuestro: ¡venga a nosotros tu reino! El
país de la vida es el reino de Dios, allí donde reina Él, que es Dios de vivos
y no de muertos.
En los momentos de tiniebla no perdamos el coraje. Porque
toda persona ha de conocer noches oscuras. Es en esos momentos cuando las
palabras del salmo nos recuerdan: «sé valiente, ten ánimo. Espera en el Señor».
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