1 Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; 2 dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón; 3 el que, sin cometer iniquidad, anda por sus senderos. 4 Tú promulgas tus decretos para que se observen exactamente. 5 Ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas. 15 Medito tus mandatos y me fijo en tus sendas; 16 tus decretos son mi delicia, no olvidaré tus palabras. 17 Haz bien a tu siervo; viviré y cumpliré tus palabras; ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad. 33 Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, y lo seguiré puntualmente. 34 Enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón. . . . Es este un salmo larguísimo (sólo reproducimos unos pocos versos de los 176 que tiene en total). En él afloran conceptos que nuestra cultura de hoy tiende a contraponer e incluso a enfrentar: la ley y el corazón; la norma y la libre voluntad; la obediencia y la libertad. ¿Es posible reconciliarlos? Par