Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado. Tú eres mi Dios y protector, ¿por qué me rechazas?, ¿por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo? E nvía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría, y te daré gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío. ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué gimes dentro de mí? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío». . . . Luz y sombra, angustia y salvación. Estos son los claroscuros de este salmo de súplica y gratitud. Estos son los colores de nuestra vida, donde se suceden las nubes y el sol; los momentos felices ante el Dios de mi alegría y las noches oscuras de congoja. ¿De dónde vienen nuestras tristezas más profundas? De la ausencia de Dios . Y quizás no tanto porque él se aleje, sino porque nosotros, abrumados y desp