De David
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
En tiempos de crisis y dificultades como los que vivimos,
vale la pena leer con calma y profundizar en estos versos. Nos invitan a no caer
en el alarmismo ni en el miedo, a no desanimarnos, sino dilucidar qué nos dicen
estas líneas.
Las escrituras siempre traen una palabra de aliento y
esperanza. Este salmo es una exclamación de gozo y una llamada a la paz. Con
Dios a nuestro lado, nunca vacilaremos. Él no es un Dios lejano e inalcanzable,
sino nuestro «lote, nuestra heredad»: lo hemos recibido como regalo, él mismo
se nos da. No tenemos que esforzarnos por buscarlo, sino simplemente recibirlo
y dejar que nos abrace y nos proteja en el calor de su regazo.
Dios sacia, Dios colma, llena nuestra alma siempre
hambrienta de infinito. Y cuando experimentamos ese amor entrañable sobreviene
la paz. La paz interior, que tanto buscamos, no vendrá por muchas prácticas
ascéticas ni seudo-místicas. La paz auténtica no la construimos, sino que
también nos es dada. Nos la da la certeza de ser amados. Por eso «se alegra el
corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena». El salmo emplea
expresiones muy carnales, muy vívidas, para reflejar esa paz que beneficia no
sólo a nuestra mente o a nuestros sentimientos, sino también a nuestro cuerpo,
a nuestra salud.
Recordar la cercanía de Dios nos da coraje y valor para
afrontar cualquier dificultad: «no vacilaré». Los cristianos lo tenemos todo
para superar el miedo. La fe nos ayuda a vencer los temores más grandes,
incluido el temor a la muerte. Porque Dios nos ama tanto que también nos da esa
inmortalidad anhelada: «no me entregarás a la muerte». No, no pereceremos
definitivamente: hay en nosotros un espíritu que prevalecerá, porque está hecho
de la misma sustancia que el Creador. Esta convicción también alimenta nuestra
esperanza. Y quien espera, se pone manos a la obra para construir, día a día,
paso a paso, un mundo mejor.
Comentarios
Publicar un comentario