De David Pelea, Señor, contra los que me atacan, empuña el escudo y la adarga, levántate y ven en mi auxilio; di a mi alma: Yo soy tu salvación. Sean confundidos y avergonzados los que atentan contra mi vida; retrocedan y sean humillados quienes traman mi derrota; sean como tamo al viento acosados por el ángel del Señor. Pues sin motivo me escondían redes, sin motivo me abrían zanjas mortales. ¡Que les sorprenda el desastre imprevisto, que se enreden en la red que escondieron, y caigan dentro de la fosa! Yo me alegraré con el Señor, gozando de su salvación. Todo mi ser proclamará: Señor, ¿quién como tú , que defiendes al débil del poderoso, al pobre y al humilde del explotador? Señor, tú lo has visto, no te calles; Señor, no te quedes a distancia; despierta, levántate, Dios mío; Dios mío, defiende mi causa. Júzgame según tu justicia, Señor, Dios mío, y no se reirán de mí. No pensarán: ¡Qué bien, lo que queríamos! Ni dirán: ¡Lo hemos devorado! Grande es el Señor, que desea