1 De David. Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque escuchaste las palabras de mi boca; delante de los ángeles tañeré para ti; 2 me postraré hacia tu santuario, daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera tu fama. 3 Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. 4 Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; 5 canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. 6 El Señor es sublime, se fija en el humilde, y de lejos conoce al soberbio. 7 Cuando camino entre peligros, me conservas la vida; extiendes tu mano contra la ira de mi enemigo, y tu derecha me salva. 8 El Señor completará sus favores conmigo. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. . . . Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor de mi alma. Podríamos recitar este verso, como una jaculatoria o un mantra, al decir de hoy, durante todo el día. La p