Ir al contenido principal

Salmo 43 (42)


Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado. 

Tú eres mi Dios y protector, ¿por qué me rechazas?, ¿por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo? 

Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. 

Me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría, y te daré gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío. 

¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué gimes dentro de mí?

Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío».

. . .

Luz y sombra, angustia y salvación. Estos son los claroscuros de este salmo de súplica y gratitud. Estos son los colores de nuestra vida, donde se suceden las nubes y el sol; los momentos felices ante el Dios de mi alegría y las noches oscuras de congoja.

¿De dónde vienen nuestras tristezas más profundas? De la ausencia de Dios. Y quizás no tanto porque él se aleje, sino porque nosotros, abrumados y despistados, nos hemos alejado de él. Hemos perdido el camino, hemos dejado que los problemas nos cubran como un paraguas, que impide que nos bañe el sol.

Y es entonces cuando nos invade el sentimiento más amargo: sentirse abandonado, rechazado por Dios. Quien alguna vez ha experimentado este dolor, sabe cuán agudo es. La ausencia total de Dios es el infierno.

Pero aún nos queda la voz. Voz para clamar, voz que espera contra toda esperanza. Si aún podemos llamar a Dios, responderá. Pidamos, sin cansarnos, su luz y su verdad.

Es hermosa la manera de describirlo: Salud de mi rostro, Dios mío. Sí, Dios es nuestra salud, la salud de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Y es nuestro. Podemos llamarlo mío, porque se nos da. No es un Dios presente y distante, sino próximo y amante. Toda la Biblia está salpicada de esas imágenes de Dios como esposo, novio, padre, madre, que quiere ser nuestro, y que nos quiere hacer suyos. Tú serás mi pueblo, yo seré tu Dios. El verso del Cantar de los Cantares también define esta relación íntima y estrecha: mi amado es para mí, y yo soy para él. También en los momentos de ausencia.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Salmo 1

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza  en el Señor. Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,  ni entra por la senda de los pecadores,  ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia:  da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas;  y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos,  pero el camino de los impíos acaba mal. El primero de todos los salmos expresa un deseo íntimo del ser humano: el anhelo de felicidad.  El profeta Jeremías (Jr 17, 5-8) nos habla de dos tipos de persona: la que sólo confía en sí misma, en su fuerza y en su riqueza, y la que confía en Dios. El que deposita su fe en las cosas materiales o en sí mismo es como cardo en el desierto; el que confía en Dios es árbol bien arraig...

Salmo 150

  Aleluya. Alabad al Señor en su templo, alabadlo en su fuerte firmamento;  2 alabadlo por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza.  3 Alabadlo tocando trompetas, alabadlo con arpas y cítaras;  4 alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con trompas y flautas;  5 alabadlo con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes. 6 Todo ser que alienta alabe al Señor. ¡Aleluya! . . . ¡Salmo final! Con redobles, arpas, cítaras y un aleluya que llega hasta las puertas del cielo. Se dice que la última palabra es la definitiva, la conclusiva, la más importante. Las últimas palabras de un hombre antes de morir, la última palabra de un discurso, de una canción, de un poema. El broche de oro. Las últimas palabras del salmo son de alabanza. Hay santos que dicen que la única oración que, en realidad, deberíamos pronunciar, es la alabanza. Hay teólogos que afirman que toda forma de oración, en el fondo, es una alabanza. La liturgia pasc...

Salmo 5

Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio, Rey mío y Dios mío. ¡A ti te suplico, Señor! Por la mañana escuchas mi voz,  por la mañana expongo mi causa y quedo a la espera. Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni es tu huésped el malvado;  no resiste el arrogante tu presencia. Detestas a los malhechores, acabas con los mentirosos; al hombre sanguinario y al traicionero los aborrece el Señor. Pero yo, por tu gran bondad, me atrevo a entrar en tu Casa,  a postrarme en tu santo Templo, lleno de respeto hacia ti. Guíame, Señor, con tu justicia, responde a mis adversarios,  allana el camino a mi paso. Castígalos, oh Dios, haz que fracasen sus planes; Expúlsalos por sus muchos crímenes, porque se han rebelado contra ti. Que se alegren los que se acogen a ti, con júbilo eterno; Protégelos, que se llenen de gozo los que aman tu nombre. Tú bendices al inocente, Señor, y como un escudo lo rodea tu favor....