Al Director. Salmo de David.
Escucha,
oh Dios, la voz de mi lamento, protege mi vida del terrible enemigo; escóndeme de la conjura de los perversos y del motín de los
malhechores.
Afilan
sus lenguas como espadas y disparan como flechas palabras venenosas, para herir a escondidas al inocente, para herirlo por sorpresa
y sin riesgo.
Se
animan al delito, calculan cómo esconder trampas, y dicen: «¿Quién lo
descubrirá?». Inventan maldades y llevan a
cabo sus proyectos criminales: su mente y su corazón son un abismo.
Pero
Dios los acribilla a flechazos, por sorpresa los cubre de heridas; su misma lengua los lleva a la ruina, y los que los ven menean
la cabeza.
Todo
el mundo se atemoriza, proclama la obra de Dios y medita sus acciones.
El
justo se alegra con el Señor, se refugia en él, y se felicitan los rectos de
corazón.
. . .
En las novelas o en el cine, cuando el héroe sufre
toda clase de vicisitudes y ataques de los malvados enemigos, siempre llega el
momento de la revancha. Tras muchas pruebas, los malos son derrotados y
aplastados, y es entonces cuando el público se levanta y aplaude: ¡se hizo justicia!
La llamamos justicia poética, pero de poética no tiene nada:
es nuestro deseo de revancha más genuino, saciado. Que Dios acribille a
flechazos y arruine a aquellos que tanto daño nos han hecho.
Porque así es la vida: todos themos tenido o tenemos algún enemigo,
familiar, compañero o vecino, que nos ha causado un mal, que nos ha engañado,
estafado, traicionado o robado lo que era nuestro. Todos tenemos alguien a
quien perdonar, y a quien a veces desearíamos ver en la ruina.
Los salmos se hacen eco de esta mentalidad tan humana,
aunque tan lejana a la enseñanza de Jesús, que enseñó a perdonar a todos,
incluso al enemigo. Pero siempre podemos hacer una lectura interior, más honda,
menos literal y más personal, aplicada a nuestra vida.
La reacción más fácil ante los males es la venganza. Pero
hay otra forma de reaccionar: continuar siendo justo. No devolver mal por bien.
Seguir siendo honrado, aunque el mundo vaya por otro camino. Y el salmo nos
ofrece otra justicia, no vengadora, sino misericordiosa e infinitamente más
satisfactoria: El justo se alegra en el Señor, se refugia en él y se
felicitan los rectos de corazón. Siempre, siempre, vale la pena obrar el
bien. Porque Dios acaba haciendo justicia y nos regala algo mucho más valioso
que la venganza: la paz interior y una alegría que no se apaga.
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