Al Director. De David.
En conmemoración. Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme. Sufran una derrota ignominiosa los que me persiguen a muerte; vuelvan la espalda afrentados los que traman mi daño.
Retírense avergonzados los que se ríen de mí. Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; y digan siempre: «Dios es grande», los que desean tu salvación.
Yo soy pobre y desgraciado: oh Dios, socórreme, que tú eres mi auxilio y mi liberación. ¡Señor, no tardes!
Señor, ¡no tardes! Cuando nos sentimos en aprietos y sabemos
que alguien nos quiere hacer daño, cuando el mal nos acosa, tenemos varias
opciones: resistir, desesperarnos o atacar. El salmista siempre nos ofrece una
vía diferente: confiar en Dios.
Pero no es una confianza ciega ni resignada. Nadie confía en
alguien que no conoce, o del que no tiene pruebas de que merece confianza. Una
oración es una flecha lanzada al cielo: siempre hay la esperanza de que llegue
a diana. Y el cielo es muy grande... ¡Dios es grande! Allá donde
apuntemos, tocará su corazón. Lo importante es lanzar fuerte; lo único
necesario es dirigir nuestra oración con toda nuestra intención y con
franqueza.
Y sí, la oración, como este salmo (¡y tantos otros!) no
excluye nuestros sentimientos. Rezar no es sólo dar rienda suelta a nuestras
emociones positivas o benévolas: también incluye las emociones y los deseos
negativos, como la venganza o la justicia. En este salmo, se desea la derrota
del enemigo, incluso una derrota vergonzosa. Hay un deseo natural de ver al
adversario pateado por tierra. Pero es esto: un deseo. No le pide a Dios que lo
derrote, sino que sea derrotado. ¿Cómo? Ya se verá; la vida da muchas
vueltas. Lo que es importante aquí es la total confianza en el Señor.
Alégrense los que te buscan: este salmo nos habla de buscar. Jesús más tarde diría: buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Quien busca a Dios, es encontrado por él; quien llama al cielo, verá una puerta abierta.
Tú eres mi auxilio y mi liberación: esta frase resume maravillosamente la experiencia de salvación de Dios. Cuando dejamos que él intervenga en nuestra vida salva, ayuda y libera. Dios no es un juez opresor ni una fuerza que aplasta, sino un padre bueno que nos socorre en los apuros y nos devuelve la libertad.
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