Ir al contenido principal

Salmo 65 (64)

Al director. Salmo de David. Cántico.

Oh, Dios, tú mereces un himno en Sion y a ti se te cumplen los votos en Jerusalén, porque tú escuchas las súplicas. 

A ti acude todo mortal a causa de sus culpas. Nuestros delitos nos abruman, pero tú los perdonas. Dichoso el que tú eliges y acercas para que viva en tus atrios: que nos saciemos de los bienes de tu casa, de los dones sagrados de tu templo.

Con portentos de justicia nos respondes, Dios, salvador nuestro; tú, esperanza del confín de la tierra y del océano remoto. Tú que afianzas los montes con tu fuerza, ceñido de poder, tú que reprimes el estruendo del mar, el rumor e las olas y el tumulto de los pueblos. 

Los habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante tus signos y las puertas de la aurora y del ocaso las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. Riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes.

Coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría. Las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses, que aclaman y cantan.

. . .

En pleno verano, tiempo de cosecha, este salmo nos lleva a nuestros campos de labor, dorados y muchos de ellos ya segados. Nuestra civilización tan mecanizada ha perdido mucho de aquel sabor de la tierra, el sudor del trabajo manual, la fragancia de las mieses batidas a mano o con el trillo, la alegría del labrador por la cosecha recogida. El duro esfuerzo hacía mucho más valiosa la recompensa y los frutos de la tierra eran celebrados con fiestas.

El pueblo de Israel, que siempre vivía bajo la mirada de Dios, no se olvidaba de él en estos festejos. El labriego ara, siembra, cava y siega, pero quien hace crecer la semilla, quien trae la lluvia sobre los campos e insufla vida en todo ser viviente, animal y vegetal, es el Creador. Por eso en la alegría de la cosecha hay un tiempo de gratitud para Dios.

Hoy, aquellos que vivimos en ciudades nos dedicamos a menudo a trabajos administrativos, burocráticos o mecánicos, cuyo resultado muchas veces no vemos o no podemos apreciar. Bueno es tomar distancia y reflexionar en el fruto de nuestro esfuerzo. En algunas profesiones es más fácil verlo, en otras no tanto. Pero en todo, podemos contribuir a hacer el mundo un poco mejor si trabajamos por amor y con amor. Y no dejemos de dar gracias a Dios porque, finalmente, el que nos da la inteligencia, las fuerzas, la creatividad, nuestros talentos propios, es él.

De la misma manera que riega la tierra y cubre las colinas de pastos, también alimenta nuestro corazón y riega nuestro espíritu. Y lo hace con la mejor comida y la mejor bebida: su cuerpo y sangre, que tomamos cada domingo en la eucaristía. Ojalá, al salir de misa, cada uno de nosotros, como esos páramos del salmo, rezumara abundancia de gozo y amor; ojalá saliéramos de nuestras iglesias con el rostro y el alma orlados de alegría.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Salmo 1

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza  en el Señor. Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,  ni entra por la senda de los pecadores,  ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia:  da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas;  y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos,  pero el camino de los impíos acaba mal. El primero de todos los salmos expresa un deseo íntimo del ser humano: el anhelo de felicidad.  El profeta Jeremías (Jr 17, 5-8) nos habla de dos tipos de persona: la que sólo confía en sí misma, en su fuerza y en su riqueza, y la que confía en Dios. El que deposita su fe en las cosas materiales o en sí mismo es como cardo en el desierto; el que confía en Dios es árbol bien arraigado que crece junto al agua. Son c

Salmo 4

Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración. Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo.   Este salmo es una preciosa oración para abrir el espíritu y dejar que la paz, la paz de Dios , la única que es auténtica, nos vaya invadiendo, poco a poco, y calme nuestras tormentas interiores. El salmo habla de sentimientos y situaciones muy humanas: ese aprieto que atenaza nuestro corazón cuando estamos en dificultades o sufrimos carencias; esa falta de luz cuando parece que Dios está ausente y el mundo se nos cae encima. Los problemas nos abruman y podemos tener la sensación, muy a menudo, de que vivimos abandonados y aplastados bajo un peso enorme. Dios da anchura, Dios alivia, Dios arroja lu

Salmo 5

Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio, Rey mío y Dios mío. ¡A ti te suplico, Señor! Por la mañana escuchas mi voz,  por la mañana expongo mi causa y quedo a la espera. Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni es tu huésped el malvado;  no resiste el arrogante tu presencia. Detestas a los malhechores, acabas con los mentirosos; al hombre sanguinario y al traicionero los aborrece el Señor. Pero yo, por tu gran bondad, me atrevo a entrar en tu Casa,  a postrarme en tu santo Templo, lleno de respeto hacia ti. Guíame, Señor, con tu justicia, responde a mis adversarios,  allana el camino a mi paso. Castígalos, oh Dios, haz que fracasen sus planes; Expúlsalos por sus muchos crímenes, porque se han rebelado contra ti. Que se alegren los que se acogen a ti, con júbilo eterno; Protégelos, que se llenen de gozo los que aman tu nombre. Tú bendices al inocente, Señor, y como un escudo lo rodea tu favor.   Este salmo e