Del siervo del Señor, David
El malvado escucha en su interior un oráculo de pecado: no tiene temor de Dios, ni siquiera en su presencia. Porque se hace la ilusión de que su culpa no será descubierta ni aborrecida.
Las palabras de su boca son maldad y traición, renuncia a ser sensato y a obrar bien; acostado medita el crimen, se obstina en el mal camino, no rechaza la maldad.
Señor, tu misericordia llega al cielo, tu fidelidad hasta las nubes; tu justicia es como las altas cordilleras, tus juicios con como el océanos inmenso.
Tú socorres a hombres y animales, ¡qué preciosa es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas; se nutren de lo sabroso de tu casa; les das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz.
Prolonga tu misericordia con los que te reconocen, tu justicia con los rectos de corazón.
Han fracasado los malhechores; derribados, no se pueden levantar.
. . .
Vivimos en un mundo donde, a menudo, parecen ganar los
«malvados», es decir, personas sin escrúpulos que buscan el éxito y su propio
beneficio sin considerar el daño que puedan hacer a los demás. No sólo esto es
así, sino que parece que los malos son más interesantes. Llenan las pantallas
de televisión y de la Red, ocupan portadas en revistas y periódicos, inspiran a
novelistas y a directores de cine. Parece que en este mundo, si quieres ser
alguien, tienes que olvidarte de la honradez y la bondad. Eso no vende. Es
aburrido. Es mediocre. No interesa a nadie.
Y la mentira cunde. Tanto, que hasta se disfraza. No, no hay
mentira, nos dicen: es que tampoco hay verdad. Lo único que importa es lo que
cada cual siente y desea y opina. Lo único que importa es
lo práctico. Y como cada cual tiene sus propias ideas, deseos y planes, pues todo
vale y no vale nada. La confusión moral acaba llevando al caos y a la ley de la
jungla. Y, en esta selva, por supuesto, los predadores siempre salen ganando.
Cuando somos víctimas del mal es cuando recordamos que
existe algo llamado bien. Entonces clamamos a Dios, pidiendo ayuda y buscando refugio
a la sombra de sus alas. Necesitamos desesperadamente salir de la
oscuridad y acogernos al amparo de la luz. Tenemos sed de justicia y hambre de
bondad.
Los salmos de David nos recuerdan que la justicia existe; la
verdad existe; el bien existe. Brotan de Dios, la fuente viva que nos
sacia y nos hace ver la luz.
La bondad y la sinceridad son buenas, excelentes y
deseables. Dios es justo, leal y bueno. No va a explotar a sus criaturas, sino
a socorrerlas. No es un rey tirano que se sirve de sus vasallos, sino un padre
compasivo que va a servir a sus hijos. El pueblo del Señor está llamado a
seguir este camino. La Biblia siempre nos exhorta a elegir el bien, aunque no
recibamos premios. Por incómodo y difícil que sea, la mejor opción es la
justicia y la integridad, la defensa del pobre, la sensatez y la honestidad. Entonces
nos acercaremos a Dios, beberemos del torrente de sus delicias y nos
nutriremos de lo mejor de su casa. Esta será la mejor recompensa.
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