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Salmo 44 (43)

Poema de los hijos de Coré

Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron, nuestros padres nos lo han contado: la obra que realizaste en sus días, en los años remotos.

Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles, y los plantaste a ellos; trituraste a las naciones, y los hiciste crecer a ellos. Porque no fue su espada la que ocupó la tierra, ni su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro, porque tú los amabas. 

Mi rey y mi Dios eres tú, que das la victoria a Jacob: con tu auxilio embestimos al enemigo, en tu nombre pisoteamos al agresor. 

Pues yo no confío en mi arco, ni mi espada me da la victoria; tú nos das la victoria sobre el enemigo y derrotas a nuestros adversarios. Dios ha sido siempre nuestro orgullo, y siempre damos gracias a tu nombre.

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas, y ya no sales, Señor, con nuestras tropas: nos haces retroceder ante el enemigo, y nuestro adversario nos saquea. Nos entregas como ovejas de matanza y nos has dispersado por las naciones. 

Vendes a tu pueblo por nada y no te enriqueces con su precio. Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los gentiles, nos hacen muecas las naciones. 

Tengo siempre delante mi deshonra, y la vergüenza me cubre la cara al oír insultos e injurias,  al ver a mi rival y a mi enemigo. 

Todo esto nos viene encima, sin haberte olvidado ni haber violado tu alianza, sin que se volviera atrás nuestro corazón ni se desviaran de tu camino nuestros pasos. 

Y tú nos arrojaste a un lugar de chacales y nos cubriste de tinieblas. Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios y extendido las manos a un dios extraño, el Señor lo habría averiguado, pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Despierta, Señor, ¿por qué duermes? 

Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestra alma se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos, redímenos por tu misericordia.

 . . .

¿Cómo comprender este salmo? Debemos situarnos en la historia de Israel. Sus versos son un repaso de la historia del pueblo, desde sus orígenes hasta un presente de ruina y tristeza, en los tiempos del exilio. ¿Qué ha ocurrido? En sus primeros versos el salmo recuerda la liberación de Egipto y la conquista de la Tierra Prometida. Dios, como protector de Israel, lo planta en la tierra, expulsando a otros pueblos ante él. Es la época de los jueces, un tiempo de guerras y hazañas. Dios es el guerrero que lucha por su pueblo y le concede la victoria. Después lo hace crecer, con la monarquía. Pero años más tarde, las potencias enemigas lo acosan y lo invaden, destruyéndolo por completo. La ruina de Jerusalén y la destrucción del Templo, bajo el poder babilonio, motivan este poema de auxilio. Señor, tú que nos liberaste y nos diste la tierra, ¿por qué ahora nos abandonas a nuestros enemigos? ¿Por qué nos entregas como ovejas al matadero? ¿Por qué nos dispersas entre las naciones? Los profetas como Isaías, Jeremías y Ezequiel fueron muy claros: la catástrofe fue una consecuencia de los pecados de Israel, su infidelidad, su idolatría y su corrupción interna, permitiendo toda clase de injusticias. Pero este salmo presenta una visión distinta. Siempre hay quienes cometen idolatría e injusticia, por supuesto. Pero ¿qué ocurre con las personas buenas y justas, que son fieles a Dios y no cometen mal? ¿Merecen ellas este castigo?

El salmo recuerda: no nos hemos olvidado de ti, no hemos adorado a dioses extraños, no hemos violado tu alianza... Y tú lo sabes, Dios nuestro, porque conoces lo que hay en los corazones. ¿Por qué callas? ¿Por qué nos abandonas y permites que seamos la vergüenza del mundo? Despierta, Señor, ¿por qué duermes?

Así gritaron los discípulos en la barca de Simón Pedro, mientras la tempestad se desataba y Jesús dormía en la popa. Señor, ¿no te importa que perezcamos? ¡Despierta!

Así gritamos nosotros a Dios, cuando las cosas se tuercen y nuestra vida parece derrumbarse. Señor, ¡no he hecho el mal! ¿Por qué me abandonas? ¿Por qué callas? El salmo termina con una súplica: ¡Rescátanos por tu amor! No lo dudemos. Jesús despertó de su sueño en la barca e increpó al oleaje. ¿Qué dijo a sus discípulos? Hombres de poca fe... No la perdamos. Clamemos al cielo, y esperemos sin desesperar. Porque Dios, a su momento, responde.

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