Poema de los hijos de Coré
Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron, nuestros padres nos lo han contado: la obra que realizaste en sus días, en los años remotos.
Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles, y los plantaste a ellos; trituraste a las naciones, y los hiciste crecer a ellos. Porque no fue su espada la que ocupó la tierra, ni su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro, porque tú los amabas.
Mi rey y mi Dios eres tú, que das la victoria a Jacob: con tu auxilio embestimos al enemigo, en tu nombre pisoteamos al agresor.
Pues yo no confío en mi arco, ni mi
espada me da la victoria; tú nos das la
victoria sobre el enemigo y derrotas a nuestros adversarios. Dios ha sido
siempre nuestro orgullo, y siempre damos gracias a tu nombre.
Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas, y ya no sales, Señor, con nuestras tropas: nos haces retroceder ante el enemigo, y nuestro adversario nos saquea. Nos entregas como ovejas de matanza y nos has dispersado por las naciones.
Vendes a tu pueblo por nada y no te enriqueces con su precio. Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean; nos has hecho el refrán de los gentiles, nos hacen muecas las naciones.
Tengo siempre delante mi deshonra, y la vergüenza me cubre la cara al oír insultos e injurias, al ver a mi rival y a mi enemigo.
Todo esto nos viene encima, sin haberte olvidado ni haber violado tu alianza, sin que se volviera atrás nuestro corazón ni se desviaran de tu camino nuestros pasos.
Y tú nos arrojaste a un lugar de chacales y nos cubriste de tinieblas. Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios y extendido las manos a un dios extraño, el Señor lo habría averiguado, pues él penetra los secretos del corazón.
Por tu causa nos degüellan cada día, nos
tratan como a ovejas de matanza. Despierta,
Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y
opresión?
Nuestra alma se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos, redímenos por tu misericordia.
¿Cómo comprender este salmo? Debemos situarnos en la
historia de Israel. Sus versos son un repaso de la historia del pueblo, desde
sus orígenes hasta un presente de ruina y tristeza, en los tiempos del exilio.
¿Qué ha ocurrido? En sus primeros versos el salmo recuerda la liberación de
Egipto y la conquista de la Tierra Prometida. Dios, como protector de Israel,
lo planta en la tierra, expulsando a otros pueblos ante él. Es la época
de los jueces, un tiempo de guerras y hazañas. Dios es el guerrero que lucha
por su pueblo y le concede la victoria. Después lo hace crecer, con la
monarquía. Pero años más tarde, las potencias enemigas lo acosan y lo invaden,
destruyéndolo por completo. La ruina de Jerusalén y la destrucción del Templo,
bajo el poder babilonio, motivan este poema de auxilio. Señor, tú que nos
liberaste y nos diste la tierra, ¿por qué ahora nos abandonas a nuestros
enemigos? ¿Por qué nos entregas como ovejas al matadero? ¿Por qué nos dispersas
entre las naciones? Los profetas como Isaías, Jeremías y Ezequiel fueron
muy claros: la catástrofe fue una consecuencia de los pecados de Israel, su
infidelidad, su idolatría y su corrupción interna, permitiendo toda clase de
injusticias. Pero este salmo presenta una visión distinta. Siempre hay
quienes cometen idolatría e injusticia, por supuesto. Pero ¿qué ocurre con las
personas buenas y justas, que son fieles a Dios y no cometen mal? ¿Merecen
ellas este castigo?
El salmo recuerda: no nos hemos olvidado de ti, no hemos
adorado a dioses extraños, no hemos violado tu alianza... Y tú lo sabes, Dios
nuestro, porque conoces lo que hay en los corazones. ¿Por qué callas? ¿Por qué
nos abandonas y permites que seamos la vergüenza del mundo? Despierta,
Señor, ¿por qué duermes?
Así gritaron los discípulos en la barca de Simón Pedro,
mientras la tempestad se desataba y Jesús dormía en la popa. Señor, ¿no te
importa que perezcamos? ¡Despierta!
Así gritamos nosotros a Dios, cuando las cosas se tuercen y
nuestra vida parece derrumbarse. Señor, ¡no he hecho el mal! ¿Por qué me
abandonas? ¿Por qué callas? El salmo termina con una súplica: ¡Rescátanos
por tu amor! No lo dudemos. Jesús despertó de su sueño en la barca e
increpó al oleaje. ¿Qué dijo a sus discípulos? Hombres de poca fe... No
la perdamos. Clamemos al cielo, y esperemos sin desesperar. Porque Dios, a su
momento, responde.
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