Ir al contenido principal

Salmo 41 (40)

Salmo de David

Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

Dichoso el que cuida del pobre y desvalido; en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.

El Señor lo guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra, y no lo entrega a la saña de sus enemigos.

El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor, calmará los dolores de su enfermedad. Yo dije: «Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.»

A mí, en cambio, me conservas la salud, me mantienes siempre en tu presencia.

Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre. Amén.

. . .

En el antiguo Israel, como vemos tantas veces en las lecturas evangélicas, sanación, salud y bondad moral van unidas. La enfermedad solía achacarse a una mala conducta, a un pecado del propio enfermo, de sus padres o de sus antepasados. Así mismo, la desgracia era interpretada como un castigo por malas acciones.

Hoy nos rebela esta forma de pensar. ¿Qué culpa tiene un enfermo, qué pecado ha cometido para sufrir su dolencia? También rechazamos ver a Dios como un castigador que esgrime su azote en forma de enfermedades y desgracias. Esto va contra la imagen que Jesús nos transmitió: la del Dios bueno, compasivo e infinitamente respetuoso de nuestra libertad.

Sin embargo, en este salmo no se habla de una simple enfermedad física. Hay enfermedades del alma, y el origen de estas, muchas veces, es un alejamiento o una ruptura con Dios y con los demás. Hoy, ningún médico serio niega que los "males del corazón" tienen una repercusión directa en la salud biológica. La idea de salud no abarca sólo el cuerpo. Estar sano implica estar sano de cuerpo, de mente y de espíritu. Decía el psiquiatra Jung que el problema que tenían casi todos sus pacientes era, en el fondo, un conflicto espiritual interno.

Reconciliarnos con Dios, que es el origen de todo y la fuerza que nos sostiene, es un paso adelante para afianzar nuestra salud espiritual. Quien se siente amado y sostenido, quien encuentra un sentido bello a su existencia y se abre a los demás, tiene la fortaleza y el ánimo para superar las enfermedades y los golpes que le da la vida. Y Dios da todo esto. Recordemos aquella frase de Jesús: «He venido para que tengáis vida, y vida en plenitud» (Juan 10, 10). Dios, Señor de la Vida, no desea otra cosa que regalarnos sus bienes. El pecado no es otra cosa que rechazarlo e intentar buscar nuestra plenitud en cosas que jamás podrán dárnosla. Dios, en su misericordia, siempre aguarda, paciente, con las puertas abiertas. Pero en su respeto, no nos obliga a acudir a él. Nos espera. Tal vez el dolor y la enfermedad sirvan de toque de atención, de campanada que nos haga despertar y nos llame a volver a él. Ojalá, cuando suframos por cualquier circunstancia o estemos enfermos, sepamos pronunciar las palabras de este salmo, invocando a Dios, pidiendo su ayuda, confiando en él, y vislumbrando qué hemos de aprender de esa experiencia dolorosa. Muchas veces, estar enfermos es el primer paso para crecer y alcanzar una mayor y duradera salud.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Salmo 1

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza  en el Señor. Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,  ni entra por la senda de los pecadores,  ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia:  da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas;  y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos,  pero el camino de los impíos acaba mal. El primero de todos los salmos expresa un deseo íntimo del ser humano: el anhelo de felicidad.  El profeta Jeremías (Jr 17, 5-8) nos habla de dos tipos de persona: la que sólo confía en sí misma, en su fuerza y en su riqueza, y la que confía en Dios. El que deposita su fe en las cosas materiales o en sí mismo es como cardo en el desierto; el que confía en Dios es árbol bien arraigado que crece junto al agua. Son c

Escuela de oración

Los salmos unían al pueblo mediante el canto , en el marco de las grandes celebraciones litúrgicas. La música eleva el espíritu y fomenta un sentimiento de comunión con Dios y con los demás. En las sinagogas, durante la reunión del sábado, también se cantaban salmos, acompañando a las lecturas. Una forma de reproducir los salmos hoy es cantándolos en las misas o en otros encuentros, como oración comunitaria . Pero también podemos leerlos, memorizar algunos versos y recitarlos como una oración personal . En algunas Biblias evangélicas se incluyen anexos donde se ofrece orientación: qué salmos o textos leer cuando estamos cansados, tristes, perdiendo la fe, enfermos, agradecidos, afrontando una dificultad, de viaje... Pero también podemos adoptar el hábito de leer un salmo cada día . Son 150, así que en menos de medio año los habremos leído todos y podemos hacer una segunda ronda para terminar el año. Es una forma de lectura orante. Los salmos fueron la oración del pueblo de Israel . Co

Salmo 2

Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy . ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean un fracaso? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías: «Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo». El que habita en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos. Luego les habla con ira, los espanta con su cólera: «Yo mismo he establecido a mi Rey en Sion, mi monte santo».  Voy a proclamar el decreto del Señor: «Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy.  Pídemelo: te daré en herencia las naciones; en posesión, los confines de la tierra: los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza». Ahora, reyes, sed sensatos: escarmentad, los que regís la tierra.  Servid al Señor con temor, rendidle homenaje temblando; aprended la enseñanza, no sea que se irrite y vayáis a la ruina, porque se inflama de pronto su ira.  ¡Dichosos los que se refugian en él!   Este salmo es poco leído y aún menos conocido. Su contenido, tan