Salmo de David
Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.
Dichoso el que cuida del pobre y desvalido; en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.
El Señor lo guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra, y no lo entrega a la saña de sus enemigos.
El Señor lo sostendrá en
el lecho del dolor, calmará los dolores de su enfermedad. Yo dije: «Señor, ten
misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.»
A mí, en cambio, me
conservas la salud, me mantienes siempre en tu presencia.
Bendito el Señor, Dios
de Israel, ahora y por siempre. Amén.
. . .
En el antiguo Israel, como vemos tantas veces en las
lecturas evangélicas, sanación, salud y bondad moral van unidas. La enfermedad
solía achacarse a una mala conducta, a un pecado del propio enfermo, de sus
padres o de sus antepasados. Así mismo, la desgracia era interpretada como un
castigo por malas acciones.
Hoy nos rebela esta forma de pensar. ¿Qué culpa tiene un
enfermo, qué pecado ha cometido para sufrir su dolencia? También rechazamos ver
a Dios como un castigador que esgrime su azote en forma de enfermedades y
desgracias. Esto va contra la imagen que Jesús nos transmitió: la del Dios
bueno, compasivo e infinitamente respetuoso de nuestra libertad.
Sin embargo, en este salmo no se habla de una simple
enfermedad física. Hay enfermedades del alma, y el origen de estas, muchas
veces, es un alejamiento o una ruptura con Dios y con los demás. Hoy, ningún
médico serio niega que los "males del corazón" tienen una repercusión directa en
la salud biológica. La idea de salud no abarca sólo el cuerpo. Estar sano
implica estar sano de cuerpo, de mente y de espíritu. Decía el psiquiatra Jung
que el problema que tenían casi todos sus pacientes era, en el fondo, un conflicto
espiritual interno.
Reconciliarnos con Dios, que es el origen de todo y la
fuerza que nos sostiene, es un paso adelante para afianzar nuestra salud
espiritual. Quien se siente amado y sostenido, quien encuentra un sentido bello
a su existencia y se abre a los demás,
tiene la fortaleza y el ánimo para superar las enfermedades y los golpes que le
da la vida. Y Dios da todo esto. Recordemos aquella frase de Jesús: «He venido
para que tengáis vida, y vida en plenitud» (Juan 10, 10). Dios, Señor de
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