1Canción de las subidas. De David.
Ved qué dulzura, qué
delicia, convivir los hermanos unidos.
2Es ungüento
precioso en la cabeza, que va bajando por la barba, que baja por la barba de
Aarón, hasta la franja de su ornamento.
3Es rocío del
Hermón, que va bajando sobre el monte Sión. Porque allí manda el Señor la
bendición: la vida para siempre.
. . .
Este breve cantar es una joya: con imágenes muy sensoriales,
bellas y placenteras, nos habla del gozo de la hermandad.
Todos lo sabemos, ¡qué a gusto nos encontramos entre amigos,
entre hermanos, entre familiares, cuando entre nosotros reina la concordia! Qué
dulce, qué grato es sentir el fuego de la amistad, el calor de un hogar, la
compañía de los seres queridos.
El salmo 133 nos recuerda que las experiencias más hermosas,
las que dejan huella, no las vivimos solos. La convivencia nos transforma y nos
renueva. La experiencia de Dios también se vive en comunidad.
El ungüento que baja desde la cabeza hasta la barba nos
lleva al gesto de la unción: el aceite sagrado, aromatizado con perfumes, se
derramaba sobre los sacerdotes como señal de su preferencia, de su elección
ante Dios. Ungir con aceite siempre ha sido un gesto de cuidado, de mimo y de predilección.
Se unge a quien se ama; se unge a quien se honra y se dignifica.
El rocío del Hermón, el monte más alto que domina desde su cumbre
el país de Israel, nos lleva a gustar la frescura de los campos y esa humedad
benéfica que penetra la tierra y la hace fértil. ¡Qué bendición es el rocío
para los campos! En algunos lugares muy áridos, de clima casi desértico, se
pueden cultivar huertos mediante un sistema que recoge la humedad del rocío. Si
el aceite es cuidado, el rocío es vida.
Pero la vida de verdad, la vida llena de sentido, es la que
da Dios con su bendición. Como canta el salmo, esta es la vida para siempre.
Somos hermanos porque todos somos hijos del mismo Padre;
sentir esto y vivirlo cada día puede transformar nuestra vida.
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