Al Director. Salmo de David.
Señor, tú me sondeas y me
conoces. 2Me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos
penetras mis pensamientos; 3distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
4No ha llegado
la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. 5Me
estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma. 6Tanto
saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco.
7¿Adónde iré
lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? 8Si escalo
el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; 9si
vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, 10allí
me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha.
11Si digo: «Que
al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí», 12ni
la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día, la tiniebla es
como luz para ti.
13Tú has creado
mis entrañas, me has tejido en el seno materno. 14Te doy
gracias porque me has plasmado portentosamente, porque son admirables tus
obras: mi alma lo reconoce agradecida, 15no desconocías mis
huesos.
Cuando, en lo oculto, me
iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, 16tus
ojos veían mi ser aún informe, todos mis días estaban escritos en tu libro, estaban
calculados antes que llegase el primero.
17¡Qué
incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto! 18Si
me pongo a contarlos, son más que arena; si los doy por terminados, aún me
quedas tú.
19¡Ojalá
mataras, oh Dios, a los malvados! Apártense de mí los sanguinarios, 20pues
hablan de ti dolosamente, y tus adversarios cuchichean en vano. 21¿No
odiaré a quienes te odian, Señor?, ¿no detestaré a quienes se levantan contra
ti? 22Los odio con odio sin límites, los tengo por enemigos.
23Sondéame, oh
Dios, y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos, 24mira
si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno.
. . .
Este salmo podría titularse el salmo del Dios misterioso y
omnipotente, que todo lo ve, todo lo sabe y todo lo abarca. Así lo cantan los
primeros versos: ¿cómo escapar de la mirada de este Dios? Para muchos, este
Dios omnisciente resulta opresivo, como un Gran Hermano controlador.
Pero de pronto, en el verso 13, el salmo nos presenta a un
Dios profundamente personal e íntimo. Los verbos utilizados son significativos:
crear, tejer, reconocer, ver. Este Dios penetra hasta el interior
del hombre. Su relación con él es de amigo íntimo, de madre, de creador. ¿Quién
puede conocer mejor al hijo que la madre que lo ha engendrado? ¿Quién puede
conocer mejor la obra que el artista que la diseñó?
Esta proximidad de Dios es entrañable. Dios no es un ser
todopoderoso y distante, ajeno al destino humano. Se preocupa por cada una de
sus criaturas. La ama. Como dirá Jesús en el evangelio, hasta el último de sus
cabellos está contado; hasta la última de sus lágrimas le pesa en el corazón.
Este es el Dios en que creemos. Un Dios que conoce el fondo
del alma de cada cual. Conoce sus deseos y aspiraciones profundas y sabe quién
está abierto, maduro y preparado para recibir su palabra.
Pero en el verso 19, ¡otro giro! Los salmos nos dan estas sorpresas. El hombre confiado que reza a Dios desnuda su alma y no esconde sus sentimientos más primitivos y viscerales. Después de frases tan bellas, esta nos choca como un bofetón: ¡Ojalá mataras, oh Dios, a los malvados! Y aquí es donde escuchamos la voz humana que entona el salmo. En su confianza, en su fervor hacia Dios, maldice a sus enemigos, los odia y desea su muerte.
Pero Jesús ya nos enseñó como es su Padre del cielo, ese Dios que no piensa como los hombres y cuyos planes están más allá de nuestra comprensión. Es el Dios que no se venga, que acepta a sus enemigos y deja que el trigo y la cizaña crezcan juntos, hasta la siega. Los humanos nos vengaríamos y cortaríamos cabezas. Afortunadamente, Dios no es así.
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