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Salmo 139 (138)

 

Al Director. Salmo de David.

Señor, tú me sondeas y me conoces. 2Me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; 3distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. 

4No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. 5Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma. 6Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco. 

7¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? 8Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; 9si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, 10allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. 

11Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí», 12ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día, la tiniebla es como luz para ti. 

13Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. 14Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente, porque son admirables tus obras: mi alma lo reconoce agradecida, 15no desconocías mis huesos.

Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, 16tus ojos veían mi ser aún informe, todos mis días estaban escritos en tu libro, estaban calculados antes que llegase el primero. 

17¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto! 18Si me pongo a contarlos, son más que arena; si los doy por terminados, aún me quedas tú. 

19¡Ojalá mataras, oh Dios, a los malvados! Apártense de mí los sanguinarios, 20pues hablan de ti dolosamente, y tus adversarios cuchichean en vano. 21¿No odiaré a quienes te odian, Señor?, ¿no detestaré a quienes se levantan contra ti? 22Los odio con odio sin límites, los tengo por enemigos. 

23Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos, 24mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno.

. . .

Este salmo podría titularse el salmo del Dios misterioso y omnipotente, que todo lo ve, todo lo sabe y todo lo abarca. Así lo cantan los primeros versos: ¿cómo escapar de la mirada de este Dios? Para muchos, este Dios omnisciente resulta opresivo, como un Gran Hermano controlador.

Pero de pronto, en el verso 13, el salmo nos presenta a un Dios profundamente personal e íntimo. Los verbos utilizados son significativos: crear, tejer, reconocer, ver. Este Dios penetra hasta el interior del hombre. Su relación con él es de amigo íntimo, de madre, de creador. ¿Quién puede conocer mejor al hijo que la madre que lo ha engendrado? ¿Quién puede conocer mejor la obra que el artista que la diseñó?

Esta proximidad de Dios es entrañable. Dios no es un ser todopoderoso y distante, ajeno al destino humano. Se preocupa por cada una de sus criaturas. La ama. Como dirá Jesús en el evangelio, hasta el último de sus cabellos está contado; hasta la última de sus lágrimas le pesa en el corazón.

Este es el Dios en que creemos. Un Dios que conoce el fondo del alma de cada cual. Conoce sus deseos y aspiraciones profundas y sabe quién está abierto, maduro y preparado para recibir su palabra.

Pero en el verso 19, ¡otro giro! Los salmos nos dan estas sorpresas. El hombre confiado que reza a Dios desnuda su alma y no esconde sus sentimientos más primitivos y viscerales. Después de frases tan bellas, esta nos choca como un bofetón: ¡Ojalá mataras, oh Dios, a los malvados! Y aquí es donde escuchamos la voz humana que entona el salmo. En su confianza, en su fervor hacia Dios, maldice a sus enemigos, los odia y desea su muerte.

Pero Jesús ya nos enseñó como es su Padre del cielo, ese Dios que no piensa como los hombres y cuyos planes están más allá de nuestra comprensión. Es el Dios que no se venga, que acepta a sus enemigos y deja que el trigo y la cizaña crezcan juntos, hasta la siega. Los humanos nos vengaríamos y cortaríamos cabezas. Afortunadamente, Dios no es así.

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