Himno a la Providencia
Aclamad, justos, al Señor. Dad gracias al Señor con la cítara. Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.
Tema al Señor la tierra entera, tiemblen ante él los habitantes del orbe, porque él lo dijo, y existió: él lo mandó y todo fue creado.
El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres. Él modeló cada corazón y comprende sus acciones.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo
esperamos de ti.
Este es otro salmo de alabanza llena de esperanza. Al tiempo
que rogamos a Dios que tenga misericordia, cantamos las bondades que disfrutan
aquellos que confían en el Señor: sus vidas serán libradas de la muerte, serán
reanimados en tiempos de hambre; Dios será su auxilio y su escudo.
Podemos leer literalmente el salmo y reconocer que,
realmente, Dios cuida de nosotros, nos protege y no deja que nunca nos falte lo
más necesario. Pero además de defendernos de todo mal, como rezamos en el
Padrenuestro, nos da algo más.
Nos da la vida, y no una vida cualquiera, sino una vida
eterna, que ya en la tierra comienza a ser plena e intensa, llena de sentido.
Sacia nuestra hambre, no de comida, sino de infinito, de
amor sin límites, de aquello que nada humano puede satisfacer. Dios es el único
que puede cubrir ese abismo sediento que es nuestra alma.
Cuando flaqueamos, abrumados por dificultades materiales o
por problemas que afectan nuestro estado anímico, él también nos reconforta. No
hay mejor psiquiatra que Dios, que nos cura con su amor y nos da la paz de su
regazo.
Y con esta imagen el salmista concluye: Dios es nuestro
auxilio y nuestro escudo. Agarrándonos a él, no nos hundiremos, y nadie podrá
hacernos daño. Al menos, no podrá matar lo más valioso que tenemos: nuestro
espíritu y nuestra libertad, confiadas en Sus manos.
Esta frase tan recurrente en los salmos también deberíamos
meditarla: «la misericordia del Señor llena toda la tierra». Esto quiere decir
que nunca confiaremos lo bastante en Él: siempre nos da más. Su amor es
inagotable, no se acaba, no se cansa, no se restringe. Jamás nos faltará, si se
lo pedimos. Misericordia es una
palabra latina que traduce una expresión hebrea muy tierna: se refiere al amor
entrañable que siente una madre contemplando a sus retoños. Significa que el
corazón de Dios se conmueve: nada de lo que nos sucede le es indiferente.
¡Hablémosle con sinceridad!
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