Salmo de Asaf
El Dios de los dioses, el Señor, habla: convoca la tierra de oriente a occidente. Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece: viene nuestro Dios, y no callará. Lo precede fuego voraz, lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra para juzgar a su pueblo: «Congregadme a mis fieles, que sellaron mi pacto con un sacrificio». Proclame el cielo su justicia; Dios en persona va a juzgar.
«Escucha, pueblo mío, voy a hablarte; Israel, voy a dar testimonio contra ti; —yo soy Dios, tu Dios—. No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí. Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito de tus rebaños. Pues las fieras de la selva son mías, y hay miles de bestias en mis montes; conozco todos los pájaros del cielo, tengo a mano cuanto se agita en los campos.
Si tuviera hambre, no te lo diría; pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?
Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo e invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria».
Dios dice al pecador: «¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?
Cuando ves un ladrón, corres con él; te mezclas con los adúlteros; sueltas tu lengua para el mal, tu boca urde el engaño. Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre; esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara.
Atención los que olvidáis a Dios, no sea que os destroce sin remedio. El que me ofrece acción de gracias, ese me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios».
. . .
Este salmo es muy interesante, porque representa un cambio, casi
podría decirse una revolución religiosa. Todas las religiones antiguas se
basaban en los sacrificios como ofrendas agradables a los dioses. Israel no era
diferente. El pacto con su Dios se sellaba con sacrificios: la sangre derramada
de las víctimas era una forma de agradecer a Dios sus dones, y al mismo tiempo
de purificar los pecados del pueblo.
Sin embargo, los profetas de Israel fueron muy críticos con
esta religiosidad. Aun siendo sacerdotes muchos de ellos, vieron que el culto a
Dios tenía que ir más allá de unas ofrendas, unas oraciones y un animal quemado
sobre un altar. Israel poseía una Ley, un código moral de conducta, que sellaba
el pacto con Dios.
Y este salmo de Asaf nos recuerda, como tantos profetas, que
Dios no quiere tanto los sacrificios como la sinceridad y la bondad de corazón.
Dios no se complace tanto con el culto, como con la justicia. No te
reprocharé tus sacrificios, dice. Ya cumples, ya me ofreces tus ritos.
Pero, ¿acaso Dios necesita todo eso? El creador de todos los animales no
necesita que le ofrezcan ninguno. Si tuviera hambre, no te lo diría, pues el
orbe y cuanto lo llena es mío. Tampoco Dios necesita un templo, pues el
mundo entero es su palacio. ¿Qué podemos, entonces, ofrecerle a Dios?
Dios reprocha al pecador: cumples mucho y te llenas la boca
de preceptos y oraciones, ¡pero haces lo contrario! Hoy diría, a los creyentes
de hoy: venís a misa y rezáis mucho, pero ¿qué estáis haciendo en vuestra vida
cotidiana? Y el salmo va repasando: este devoto infringe los mandamientos: el
séptimo (cuando ves un ladrón, te unes con él); el sexto (te juntas
con los adúlteros), el octavo (urdes el engaño); el quinto (te
sientas para hablar mal contra tu hermano; recordemos que Jesús equiparó
las críticas despiadadas con el matar); el cuarto, contra la piedad filial y
fraterna (deshonras al hijo de tu madre; una alusión quizás al incesto).
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