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Salmo 51 (50)

 

Salmo de David. 

Cuando el profeta Natán lo visitó, después de haberse unido aquel a Betsabé.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. 

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad en tu presencia.

En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre. 

Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. 

Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa. 

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. 

Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti. Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío, y cantará mi lengua tu justicia. 

Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. 

El sacrificio agradable a Dios es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú, oh Dios, tú no lo desprecias. 

Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos.

. . .

Hablar de pecado hoy está mal visto. Las filosofías ateas lo presentan como un invento moral para reprimir nuestros impulsos más genuinos y controlar nuestras mentes. Sin embargo, el sentimiento de culpa, de haber obrado mal, existe. Y permanece, por mucho que se niegue el valor de la moral cristiana.

Consciencia

Toda persona, además de cuerpo y mente, tiene lo que llamamos conciencia. Es el sentido del bien y del mal, común a todas las culturas del mundo. Entre una y otra civilización puede haber valores y criterios diferentes. Pero hay ciertos aspectos en los que todas las culturas y religiones coinciden y están de acuerdo. El bien existe, y el mal también. Pecado es toda actitud deliberada que daña al hombre y sus relaciones, ya sea con los demás, consigo mismo, con el mundo y con Dios. El pecado, fruto perverso de la libertad, hiere la humanidad y mutila el alma. ¿Es innata la conciencia? Si no se desarrolla, queda latente en la persona y es entonces cuando decimos que alguien no tiene escrúpulos. Pero si se educa y se cultiva, con respeto, esta conciencia es la que nos permite andar por la vida con unos principios éticos, favoreciendo una convivencia armoniosa y madurando nuestra humanidad.

David compuso este salmo en un momento de dolor, cuando fue consciente del mal que había causado poseyendo a la mujer de Urías y enviando a éste a morir, al frente de sus tropas. Pasada la ofuscación del deseo, el rey comprendió el alcance de su pecado y lloró amargamente. Los versos del salmo son palabras de un hombre contrito y abrumado por el peso de la culpa. En ellos vemos un sincero anhelo de luz, de limpieza interior, de perdón.

¿Cuál es la mejor penitencia? El salmista afirma que el mejor sacrificio es el «espíritu quebrantado», un corazón humilde que se reconoce pecador y se abre a la misericordia. Dios nunca lo desprecia. Al contrario, lo recoge del barro y, con su amor, lo limpia. El perdón va asociado con la idea de pureza interior. Este es el significado de «penitencia»: una purificación, una limpieza a fondo. Un salmo penitencial, como este, es un torrente de agua pura que nos lava el alma.

Heridas

El Papa Francisco compara el sacramento del perdón, no tanto con una lavandería que nos limpia la mancha del pecado, sino con un botiquín de campaña. El pecado es una herida que nos desangra y nos debilita. El pecado enferma nuestro espíritu y nuestro cuerpo, y contagia el dolor a cuantos nos rodean. El pecado, como un tumor, crece, nos quita las fuerzas y va deteriorando todo a nuestro alrededor. ¿Dónde está la medicina, el ungüento, el desinfectante y las vendas? En la misericordia de Dios.

Con su amor nos regenera, nos limpia y nos purifica. Con su dulzura alivia el dolor y alimenta el tejido de nuestra alma para que pueda volver a crecer, sano, y cicatrice. Muchos psicólogos o terapeutas quizás te digan: perdónate a ti mismo, ámate a ti mismo. Pero hay heridas que uno solo no puede sanar.

Necesitamos que el otro, ese gran Otro amoroso que es Dios, nos sane por dentro. Necesitamos de su gracia. No somos impotentes, pero tampoco somos omnipotentes. Abrirnos a su amor nos restaura. El corazón quebrantado es la herida abierta por la que puede entrar la misericordia de Dios. Por nuestras grietas entra la luz salvadora. Dice un refrán chino: cuando la casa está en ruinas, por el tejado puede verse la luna. Así mismo, cuando nuestro corazón está destrozado es cuando podemos atisbar los primeros rayos de esperanza.

Salvación

La Biblia identifica con frecuencia el perdón con la salvación. Jesús solía perdonar cuando curaba a los enfermos. El perdón es liberación, es hacer borrón y cuenta nueva, ¡y nadie como Dios para olvidar y animarnos a recomenzar! El perdón es también fuerza espiritual. David pide un espíritu firme, santo, renovado. El pecado muchas veces es consecuencia de un alma débil, frágil y víctima de mil tentaciones. Por eso, en la oración, bueno es pedir a Dios que nos dé vigor espiritual para vencerlas. En Cuaresma, leer su palabra es alimento que nos puede ayudar en esta lucha. 

Finalmente, el perdón trae alegría. «Devuélveme la alegría de tu salvación», dice David. Saberse amado y perdonado por Dios no sólo nos sana por dentro, sino que nos llena de alborozo. Tanto, que nos impulsa a elevar un cántico de alabanza. De la pena por la culpa, los versos del salmo nos llevan a la alegría del perdón y la reconciliación con el Amor que nos sostiene siempre.

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