Poema de David.
Cuando
Doeg, el edomita, comunicó a Saúl: «David se ha ido a la casa de Ajimélec».
Estás todo el día maquinando injusticias, tu lengua es navaja afilada, autor de fraudes; prefieres el mal al bien, la mentira a la honradez; prefieres las palabras corrosivas, lengua embustera. Pues Dios te destruirá para siempre, te abatirá y te barrerá de tu tienda; arrancará tus raíces del suelo vital.
Lo verán los justos, y temerán, y se reirán de él: «Mirad al valiente que no puso en Dios su apoyo, confió en sus muchas riquezas, se insolentó en sus crímenes».
Pero yo, como verde olivo, en la casa de Dios, confío en la misericordia de Dios por siempre jamás.
Te daré siempre gracias porque has actuado; proclamaré delante de tus fieles: «Tu nombre es bueno».
. . .
Este es otro salmo inspirado en un episodio de la vida del
rey David. Lo podemos leer en 1 Samuel 21 y 22: David está huyendo de la cólera
del rey Saúl, que quiere matarlo, y se refugia con unos pocos compañeros que le
siguen en el pueblo de Nob, donde Ajimélec, el sacerdote, les da refugio y
comida. Doeg es un pastor edomita, ve a David llegar a Nob y lo delata ante el
rey. David logra escapar, pero Saúl entonces ordena a Doeg matar al sacerdote por
encubrir al fugitivo.
Y David, cuando lo sabe, lógicamente se indigna y carga
contra el delator, que maquina injusticias, cuya lengua es navaja
afilada, de palabras corrosivas, lengua embustera. Sus versos están
cargados de sed de venganza. Le enfurece la traición, la muerte del sacerdote inocente, la arrogancia del rey. Y lanza contra él sus maldiciones: Dios te
destruirá para siempre, te abatirá y te barrerá de tu tienda; arrancará tus
raíces del suelo vital.
¡Justicia poética! Sí, aunque nos desconcierte leer estas
frases en un salmo, así son los sentimientos humanos. ¿Quién de nosotros no ha
sentido deseos parecidos, quizás inconfesables, ante la crueldad y la
injusticia que cometen algunas personas? Muchas personas son sinceras y lo
admiten: sí, ante tal o cual situación, cortarían cabezas. ¡Que sean
arrancados, exterminados, que desaparezcan de la faz de la tierra!
Hoy los cristianos hemos aprendido otra cosa. Jesús nos
enseñó a perdonar, a amar al enemigo, a rezar por quienes nos hacen mal. Nos
enseñó que Dios perdona siempre, hasta el último momento, y desea rescatar al
pecador. Pero también habló del pecado que jamás obtiene perdón, porque el
corazón se cierra en la soberbia y no lo admite. Habló de la arrogancia. Hay
quienes son insolentes en sus crímenes y no quieren ni piden perdón.
¿Qué será de ellos?
David nos recuerda la parábola del rico insensato que
explicó Jesús: el valiente que no puso en Dios su apoyo, confió en sus
muchas riquezas. El día de la muerte, perecerá y será olvidado. En cambio,
el que confía en Dios es como verde olivo, que resiste, pervive y da
fruto. Los olivos son árboles sufridos que pueden vivir siglos, incluso
milenios. Un frondoso olivo, para los antiguos, era símbolo de salud y
eternidad.
Este salmo es una
expresión de justicia poética, de indignación ante el malvado, pero también de
confianza en Dios. Su misericordia nos sostiene y nos hará cantar, a pesar de
todos los pesares: ¡Tu nombre es bueno!
Comentarios
Publicar un comentario