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Salmo 52 (51)

Poema de David. 

Cuando Doeg, el edomita, comunicó a Saúl: «David se ha ido a la casa de Ajimélec».

 ¿Por qué te glorías de la maldad y te haces fuerte en el delito?

Estás todo el día maquinando injusticias, tu lengua es navaja afilada, autor de fraudes; prefieres el mal al bien, la mentira a la honradez; prefieres las palabras corrosivas, lengua embustera. Pues Dios te destruirá para siempre, te abatirá y te barrerá de tu tienda; arrancará tus raíces del suelo vital. 

Lo verán los justos, y temerán, y se reirán de él: «Mirad al valiente que no puso en Dios su apoyo, confió en sus muchas riquezas, se insolentó en sus crímenes». 

Pero yo, como verde olivo, en la casa de Dios, confío en la misericordia de Dios por siempre jamás.

Te daré siempre gracias porque has actuado; proclamaré delante de tus fieles: «Tu nombre es bueno».

. . . 

Este es otro salmo inspirado en un episodio de la vida del rey David. Lo podemos leer en 1 Samuel 21 y 22: David está huyendo de la cólera del rey Saúl, que quiere matarlo, y se refugia con unos pocos compañeros que le siguen en el pueblo de Nob, donde Ajimélec, el sacerdote, les da refugio y comida. Doeg es un pastor edomita, ve a David llegar a Nob y lo delata ante el rey. David logra escapar, pero Saúl entonces ordena a Doeg matar al sacerdote por encubrir al fugitivo.

Y David, cuando lo sabe, lógicamente se indigna y carga contra el delator, que maquina injusticias, cuya lengua es navaja afilada, de palabras corrosivas, lengua embustera. Sus versos están cargados de sed de venganza. Le enfurece la traición, la muerte del sacerdote inocente, la arrogancia del rey. Y lanza contra él sus maldiciones: Dios te destruirá para siempre, te abatirá y te barrerá de tu tienda; arrancará tus raíces del suelo vital.

¡Justicia poética! Sí, aunque nos desconcierte leer estas frases en un salmo, así son los sentimientos humanos. ¿Quién de nosotros no ha sentido deseos parecidos, quizás inconfesables, ante la crueldad y la injusticia que cometen algunas personas? Muchas personas son sinceras y lo admiten: sí, ante tal o cual situación, cortarían cabezas. ¡Que sean arrancados, exterminados, que desaparezcan de la faz de la tierra!

Hoy los cristianos hemos aprendido otra cosa. Jesús nos enseñó a perdonar, a amar al enemigo, a rezar por quienes nos hacen mal. Nos enseñó que Dios perdona siempre, hasta el último momento, y desea rescatar al pecador. Pero también habló del pecado que jamás obtiene perdón, porque el corazón se cierra en la soberbia y no lo admite. Habló de la arrogancia. Hay quienes son insolentes en sus crímenes y no quieren ni piden perdón. ¿Qué será de ellos?

David nos recuerda la parábola del rico insensato que explicó Jesús: el valiente que no puso en Dios su apoyo, confió en sus muchas riquezas. El día de la muerte, perecerá y será olvidado. En cambio, el que confía en Dios es como verde olivo, que resiste, pervive y da fruto. Los olivos son árboles sufridos que pueden vivir siglos, incluso milenios. Un frondoso olivo, para los antiguos, era símbolo de salud y eternidad.

Este salmo es una expresión de justicia poética, de indignación ante el malvado, pero también de confianza en Dios. Su misericordia nos sostiene y nos hará cantar, a pesar de todos los pesares: ¡Tu nombre es bueno!

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