Dice el necio para sí: «No hay Dios».
Se han corrompido cometiendo execraciones, no hay quien obre bien. Dios observa desde el cielo a los hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios. Todos se extravían igualmente obstinados; no hay uno que obre bien, ni uno solo.
Pero ¿no aprenderán los malhechores que devoran a mi pueblo como pan y no invocan a Dios? Pues temblarán de espanto allí donde no había razón para temer, porque Dios esparce los huesos del agresor, y serán derrotados, porque Dios los rechaza.
¡Ojalá venga desde Sión la salvación de Israel! Cuando el Señor cambie la suerte de su pueblo, se alegrará Jacob y gozará Israel.
. . .
No hay Dios. Esta afirmación palpita desde hace
siglos en el mundo moderno. Parece que el hombre, aupado en su saber y en el
progreso material, ya no necesita apoyo alguno. La religión es una ficción
innecesaria. El ser humano ha substituido a Dios. Tú eres dios, afirman
muchos, hoy. El sueño de Adán tentado se ha cumplido.
Pero el salmista no duda en calificar al que niega a Dios:
es un necio. Así de claro. Dios observa a los hijos de Adán para ver si hay
alguno sensato que busque a Dios. Creer en Dios y confiar en él no es tontería,
ni signo de ingenuidad o ignorancia, sino sensatez y sabiduría.
Dios, para los antiguos, era el gran defensor del pueblo. Y una señal de su poder y de su actuación era que la nación pudiera superar todas las dificultades y vencer a sus enemigos. El reino de Israel tuvo una duración breve. Poderoso durante un tiempo, acabó dividiéndose en dos y sucumbiendo ante las grandes potencias orientales: Asiria y después Babilonia. Pero el pequeño reino de Judá, durante unos años, resistió el envite asirio. En tiempos de Senaquerib, Jerusalén estuvo sitiada, a punto de ser conquistada. Por un extraño giro de los acontecimientos, el invasor retiró sus tropas y regresó a su país. Para los judíos fue una señal de intervención divina: Yahvé los había salvado ante los orgullosos asirios, que ignoraban a Dios y se creían los amos del mundo. Este es el trasfondo histórico del salmo.
Hoy día, podemos leerlo en claves más vitales. Rechazar a Dios es una derrota y nos quita vida. Vivir de espaldas a él nos quitará luz, fuerza y alegría. Si estamos enfermos, de cuerpo o de espíritu, su presencia nos puede sanar. O nos ayudará a dar sentido al dolor, para hacernos crecer y salir de la prueba fortalecidos. De Sión, la colina del templo, su casa, viene la salvación. Todos somos Israel. Y la Iglesia, la comunidad, es nuestra Sión.
Comentarios
Publicar un comentario