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Salmo 56 (55)

Según «La paloma de los dioses lejanos». Epigrama de David.

Cuando los filisteos lo tenían preso en Gat. 

Misericordia, Dios mío, que me hostigan, me atacan y me acosan todo el día; todo el día me hostigan mis enemigos, me atacan en masa, oh Altísimo. En el día terrible, yo confío en ti. 

En Dios, cuya promesa alabo, en Dios confío y no temo: ¿qué podrá hacerme un mortal? 

Todos los días discuten y planean pensando solo en mi daño; buscan un sitio para espiarme, acechan mis pasos y atentan contra mi vida. Líbrame de su maldad; en tu ira, somete a los pueblos, oh Dios. 

Anota en tu libro mi vida errante, recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío, mis fatigas en tu libro. Que retrocedan mis enemigos cuando te invoco, y así sabré que eres mi Dios. 

En Dios, cuya promesa alabo, en el Señor, cuya promesa alabo, en Dios confío y no temo; ¿qué podrá hacerme un hombre? Te debo, Dios mío, los votos que hice, los cumpliré con acción de gracias; porque libraste mi alma de la muerte, mis pies de la caída; para que camine en presencia de Dios a la luz de la vida.

. . .

Este es otro salmo apropiado para cantar y meditar en medio de los apuros. Como vemos, la vida del rey David no estuvo exenta de aprietos. En él podemos identificarnos todos cuando nos sentimos acosados.

Puede ser por otras personas: acoso laboral, conflictos familiares o de pareja, un enfrentamiento con alguien, una denuncia, un pleito... Pueden ser circunstancias penosas que nos envuelven. O puede ser que esos enemigos que nos hostigan sean internos. Tal vez la guerra sea dentro de nosotros, y los ataques vengan de nuestro interior. Vivimos angustiados, heridos y obsesionados por defendernos. Es muy doloroso vivir así.

El salmo nos ofrece una oración preciosa: Anota en tu libro mi vida errante, recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío. Sí, necesitamos que Dios tome nota. Que escriba en su libro nuestra vida, que recoja nuestras lágrimas. Que ninguno de nuestros cabellos caiga sin que se percate. Necesitamos saber que alguien se compadece, a alguien le importamos, y alguien se preocupa por nuestro bien.

De la confianza en Dios viene la fuerza: en Dios confío y no temo, ¿qué podrá hacerme un hombre? Cuando entramos en oración, en intimidad con Dios, su amor nos llena y nos fortalece. Sí, Dios es mucho más grande que nuestros problemas, y más grande que nuestros enemigos, sean personales o no, sean internos o externos. Dios es Señor de vida, y toda muerte es una sombra que huye ante su mirada. Confiemos en él: caminemos en su presencia, a la luz de la vida.

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