Al Director. «Los lirios del testimonio». Epigrama de David. Para enseñar. Cuando combatió con Aram Nejaráin y con Aram Soba. Cuando volvió Joab y derrotó a doce mil de Edom en el valle de la Sal.
Oh
Dios, nos rechazaste y rompiste nuestras filas; estabas airado, pero
restáuranos.
Has
sacudido y agrietado el país: repara sus grietas, que se desmorona.
Hiciste
sufrir un desastre a tu pueblo, dándole a beber un vino de vértigo. Diste la señal de desbandada a los que te temen, haciéndolos
huir de los arcos. (Pausa)
Para
que se salven tus predilectos, que tu mano salvadora nos responda.
Dios
habló en su santuario: «Triunfante ocuparé Siquem, parcelaré el valle de Sucot; mío es Galaad, mío Manasés,
Efraím es yelmo de mi cabeza, Judá es mi cetro; Moab, una jofaina para lavarme; sobre Edom echo mi sandalia,
sobre Filistea canto victoria».
Pero
¿quién me guiará a la plaza fuerte, quién me conducirá a Edom, si tú, oh Dios, nos has rechazado y no sales ya con nuestras
tropas?
Auxílianos
contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil. Con Dios haremos proezas, él pisoteará a nuestros enemigos.
. . .
Salmo guerrero donde los haya. Este salmo, que usa la tonada
de otra canción tradicional, Los lirios del testimonio (qué bello nombre),
nos remite a las guerras de David. Durante su reinado, y para consolidar
Israel, David combatió a todos los pueblos vecinos: filisteos, moabitas,
edomitas... Finalmente, se enfrentó a los poderosos reyes arameos, quienes le
infligieron una derrota. Pero una batalla perdida no es una guerra perdida. Más
tarde, David envió a su general Joab al frente de las tropas rehechas y este
consiguió un triunfo aplastante contra los arameos y contra Edom, en el Valle
de la Sal (junto al Mar Muerto).
En un momento de aprieto, David reza a Dios pidiendo la
victoria. Hoy estos versos nos pueden sorprender, pero en la antigüedad era lo
más natural del mundo que cada rey rezara a sus dioses pidiendo la derrota de
sus enemigos. Yahvé no era el único dios guerrero y triunfante en el imaginario
religioso de la antigüedad.
El salmo enumera los territorios que pertenecen a David, los
de las tribus unificadas: Efraím, Galaad, Manasés; Judá es el cetro, allí donde
se erige la colina de Sion, la Ciudad de David y morada de Dios. Los países
sometidos son tratados con desprecio: Moab es la palangana, Edom cae bajo sus
pies; Filistea queda vencida.
¿Cómo convertir este salmo tan belicista en una oración? Nos
parece casi incompatible con nuestra fe cristiana... Pero podemos hacerlo con
una lectura espiritual. Podemos leerlo como un combate del alma frente a sus
enemigos: aquellas fuerzas, poderes y situaciones que pueden destruirla o
apagar su luz. No veamos en el «enemigo» a un pueblo, una persona o una cultura
diferente a la nuestra, sino a todo aquello que nos aleja de Dios, de nuestro
propósito vital, de nuestra salud física y espiritual. Las pruebas no son
maldiciones, son ocasiones para aprender. Veremos que la batalla del alma es
ardua y nos cuesta esfuerzo y años vencer. No es fácil convertirse, cambiar,
crecer y madurar.
Pero David nos invita a invocar al mejor aliado: con él,
llegará el día en que podremos cantar victoria.
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