Al Director. Con instrumentos de cuerda. De David.
Escucha,
oh Dios, mi clamor, atiende a mi súplica.
Te invoco desde el confín de la tierra con el corazón abatido: llévame a una roca inaccesible. Porque tú eres mi refugio y mi bastión contra el enemigo.
Habitaré siempre en tu morada, refugiado al amparo de tus alas. Porque tú, oh Dios, escucharás mis votos y me darás la heredad de los que temen tu nombre.
Añade
días a los días del rey, que sus años alcancen varias generaciones; reine siempre en presencia de Dios: tu gracia y tu lealtad le
hagan guardia.
Yo cantaré salmos a tu nombre, e iré cumpliendo mis votos día tras día.
. . .
Aquí nos encontramos con otro salmo real, que pide protección para el rey, ayuda frente a sus enemigos y largos años de vida. Esta era la triple bendición para todo monarca: protección de Dios ante el enemigo, vida larga y fructífera, descendencia y poder ver a hijos y nietos.
Las palabras que David dirige a Dios son hermosas: mi
bastión, mi refugio. Se abriga bajo el amparo de sus alas, como los polluelos
buscan la protección de su madre. A cambio de su bendición, él cantará salmos y
cumplirá sus votos. El hombre bendecido es hombre agradecido.
Hoy, leyendo este salmo, podemos recordar todas aquellas
ocasiones en las que hemos experimentado el favor o la protección de Dios. A
veces buscamos signos de la presencia divina en nuestra vida, y no los sabemos
ver. Quizás esperamos revelaciones, sentimientos sublimes, señales
sobrenaturales...
Pero muchas veces la mejor señal de que Dios guarda nuestros
pasos es darnos cuenta de cuántos peligros y apuros hemos pasado, y lo bien
librados que hemos salido. A veces es por mérito y esfuerzo propio, pero no
siempre es así.
Si lo pensamos sinceramente, ¿acaso no se hace obvia la
mano de Dios en nuestra historia personal? No una ni dos, sino más veces.
Hagamos este ejercicio de introspección y memoria. Y veremos
que, al igual que el rey David, tenemos muchos motivos para entonar una
alabanza.
Pidamos entonces, como David, poder vivir siempre en su
morada. ¿Qué significa esto? Cambiemos el orden de las palabras: pidamos a
Dios que él venga a habitar en nosotros, en nuestra morada interior. Que su
presencia sea diaria en nuestra vida. Y todo se transformará.
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