Al director. A Yedutún. Salmo de David.
Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación; mi alcázar, no vacilaré.
¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre, todos juntos,
para derribarlo como a una pared que cede o una tapia ruinosa? Sólo piensan en
derribarlo de su altura y se complacen en la mentira: con la boca bendicen, con
el corazón maldicen.
Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré.
De Dios viene mi salvación y mi gloria, él es mi roca firme, Dios es mi refugio. Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón: Dios es nuestro refugio. Pausa.
Los hijos de Adán no son más que un soplo, todos los hombres una apariencia: todos juntos en la balanza subirían más leves que un soplo. No confiéis en la opresión, no pongáis ilusiones en el robo: y aunque crezcan vuestras riquezas, no les deis el corazón.
Dios ha dicho una cosa y he escuchado dos: Que Dios tiene el poder y el Señor tiene la gracia: que tú pagas a cada uno según sus obras.
. . .
Decía un gran teólogo que cuando oramos a solas, lo mejor
que podemos hacer es dejar a un lado nuestras preocupaciones y angustias para
reposar en Dios como en una butaca.
Descansar en Dios. Sólo en sus brazos encontramos la
verdadera paz, la que no se acaba y no puede ser barrida por las mil y una
preocupaciones de la vorágine diaria. Sólo en Él nuestro espíritu puede
reposar.
El salmo describe el amparo divino como roca, como refugio,
como tabla de salvación, como castillo. En el mundo, hoy, todos buscamos
seguridad. Fijémonos en cuántos recursos destinamos a asegurarnos: en el
trabajo, en nuestra vejez, cuando viajamos… Queremos seguros para nuestro
coche, para nuestra casa, para nuestros ahorros y para nuestros hijos. El miedo
a perderlo todo, a la carencia, al dolor, es un poderoso motivador. El miedo a
la pobreza también. De ahí nuestra obsesión, a veces enfermiza, por el trabajo
y el dinero. En algunas personas, esta obsesión raya el límite de lo legal y
buscan atajos para enriquecerse de manera ilícita o explotando a los demás.
Nuestro buen hacer, por supuesto, nos puede proporcionar una
situación económica desahogada o, al menos, digna. También nos aporta
satisfacciones y bienestar. Pero, como nos recuerda Jesús en el evangelio, nada
de lo que hagamos podrá alargar una sola hora el tiempo de nuestra vida. Lo más
importante no está en nuestras manos.
«De Dios viene mi salvación y mi gloria», dice el salmo. Lo
mejor que tenemos no es nuestro, sino suyo. Son sus regalos: la vida, el
tiempo, el universo, las personas que nos rodean; la capacidad de ser creativos
y de amar. Todo lo que realmente nos hace felices es suyo. Por eso, cuando
buscamos tan persistentemente la paz, la seguridad y la alegría vital, no
deberíamos despistarnos. La economía está bien. El trabajo está bien. Pero la
única fuente de todo cuanto realmente anhelamos es Dios. ¡Nunca lo olvidemos!
Comentarios
Publicar un comentario