De Salomón.
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud.
Que los montes traigan paz, y los collados justicia; defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante al explotador.
Dure tanto como el sol, como la luna, de edad en edad. Baje como lluvia sobre el césped, como llovizna que empapa la tierra.
En sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.
En su presencia se inclinen las tribus del desierto; sus enemigos muerdan el polvo; los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo. Los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones; póstrense ante él todos los reyes, y sírvanle todos los pueblos.
Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres; él rescatará sus vidas de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos.
Que viva y le traigan el oro de Arabia, recen por él continuamente y lo bendigan todo el día. Y habrá trigo abundante en los campos, y ondeará en lo alto de los montes; darán fruto como el Líbano, y brotarán las espigas como hierba del campo.
Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol; él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas; bendito por siempre su nombre glorioso; que su gloria llene la tierra.
¡Amén,
amén!
(Fin
de las oraciones de David, el hijo de Jesé)
Para el antiguo Israel, el rey era un representante de lo divino; el auténtico rey era Dios. Y los salmos a menudo nos presentan a Dios como defensor de los pobres y de los que sufren. La imagen del Dios padre y protector fue creciendo en la mentalidad de los israelitas, pueblo constantemente perseguido y sometido a la opresión de otros imperios más poderosos. ¿Se trata de un simple consuelo? Hoy no faltan detractores que tachan la fe cristiana de paliativo, de anestésico que sirve para soportar los sufrimientos de quienes no son capaces de salir adelante por sí mismos.
Pero los versos del salmo van más allá. Hablan de justicia,
de rectitud, de paz, de libertad. Dios no es un tirano que sojuzga a sus
fieles: Dios viene a traer la liberación. Y la justicia de Dios, recordemos
siempre, no es juicio ni condena, sino abundancia generosa, amor que se derrama
sobre todos.
La concepción judeocristiana de Dios como rey tiene sus
consecuencias. El hombre que reconoce sus límites y la grandeza de su Creador
sabe que nadie mejor que Dios para regir el mundo. El poder humano es
arbitrario y, cuando se enorgullece, tiende a esclavizar y a someter a los
demás. En cambio, gobernar, administrar y decidir contando con Dios lleva a la
verdadera justicia, que jamás olvida ni desatiende a nadie, que trae paz y
abundancia para todos.
Por eso el Santo Padre Benedicto XIII insistía con tanta
fuerza en que no podemos prescindir de Dios. Ignorarle supone endiosar al
hombre y dejar el mundo en manos de sus caprichos megalómanos. El abismo entre
pobres y ricos, las guerras, el hambre y la desigualdad escandalosa en el
reparto de riquezas son algunas de las consecuencias de barrer a Dios de
nuestra vida pública. En cambio, tener a Dios presente y hacer de su bondad hacia los más pobres un criterio rector facilitaría
unos gobiernos justos y responsables de las sociedades humanas.
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