Poema de Asaf
¿Por
qué, oh Dios, nos rechazas para siempre y está ardiendo tu cólera contra las
ovejas de tu rebaño?
Acuérdate
de la comunidad que adquiriste desde antiguo, de la tribu que rescataste para
posesión tuya, del monte Sión donde pusiste tu morada.
Dirige
tus pasos a estas ruinas sin remedio; el enemigo ha arrasado del todo el
santuario. Rugían los agresores en medio de
tu asamblea, levantaron sus propios estandartes.
Como
quien se abre paso entre la espesa arboleda, todos
juntos derribaron sus puertas, las abatieron con hachas y mazas. Prendieron fuego a tu santuario, derribaron y profanaron la
morada de tu nombre.
Pensaban:
«Acabaremos con ellos», e incendiaron los templos de Dios en el país.
Ya
no vemos nuestros signos, ni hay profeta: nadie entre nosotros sabe hasta
cuándo.
¿Hasta
cuándo, oh Dios, nos va a afrentar el enemigo?
¿No cesará de despreciar tu nombre el adversario? ¿Por qué retraes tu mano izquierda | y tienes tu derecha
escondida en el pecho?
Pero
tú, Dios mío, eres rey desde siempre, tú ganaste la victoria en medio de la
tierra.
Tú
hendiste con fuerza el mar, rompiste las cabezas del dragón marino; tú aplastaste las cabezas del Leviatán, se lo echaste en pasto
a las bestias del mar; tú alumbraste
manantiales y torrentes, tú secaste ríos inagotables.
Tuyo
es el día, tuya la noche, tú colocaste la luna y el sol; tú plantaste los
linderos del orbe, tú formaste el verano y el invierno.
Tenlo
en cuenta, Señor, que el enemigo te ultraja, que un pueblo insensato desprecia
tu nombre; no entregues a los buitres la vida
de tu tórtola, ni olvides sin remedio la vida de los pobres.
Piensa
en tu alianza: que los rincones del país están llenos de violencias. Que el humilde no se marche defraudado, que pobres y afligidos
alaben tu nombre.
Levántate,
oh Dios, defiende tu causa: recuerda los ultrajes continuos del insensato; no olvides las voces de tus enemigos, el tumulto creciente de
los rebeldes contra ti.
. . .
Este salmo responde a un momento histórico traumático para
el pueblo de Israel: la conquista de Jerusalén y el reino de Judá por los
babilonios, en el siglo VI a.C. Los ejércitos de Nabucodonosor arrasaron las
ciudades, quemaron el Templo, saquearon cuanto pudieron y se llevaron al exilio
a nobles, ricos y sacerdotes, dejando a las pobres gentes del campo en medio de
un panorama desolador.
Israel perdió su territorio, su Templo y su rey. Los
exiliados, arrancados de sus raíces, tuvieron que sobrevivir sin sus símbolos
religiosos y lejos de su patria, en un país extranjero de cultura rica y
poderosa, Babilonia. Cualquier otro pueblo de la antigüedad hubiera perecido
para siempre y su memoria se hubiera borrado de la historia. Pero ¿qué sucedió
con los judíos?
No se rindieron al desánimo. Lloraron sus penas, sí, como lo
vemos en este salmo, donde el autor se lamenta por la devastación a manos de
los enemigos. Pero después hicieron lo impensable: lejos de renegar de su Dios
y de olvidar el pasado, ¡renovaron su pacto de lealtad con él! Lejos de pensar
que Dios era impotente ante el enemigo, reafirmaron su fe en él. En medio de
una sociedad politeísta que erigía templos monumentales a sus deidades, los
judíos se aferraron a Yahvé, el único, el auténtico y el todopoderoso. Los
versos del salmo se recrean en su poder creador, señor de la naturaleza que
domina las potencias del cielo y las bestias de la tierra y del mar. Resuenan
estos versos con los últimos capítulos del libro de Job, cuando Dios se levanta
y responde a las quejas y protestas del hombre airado contra sus desgracias. ¿Quién
eres tú para increpar a Dios? ¿Crees que es injusto? ¿Crees que ha sido
vencido? ¿Crees que ya no se acuerda de ti, ni cuida de sus fieles?
El salmista dice: ¡No! Dios es, Dios está por sus fieles,
Dios rige el universo y no olvidará nuestra causa. Por eso puede cantar y
elevar su voz con esperanza en medio de la ruina. La maldad es arrogante, pero
la misericordia de Dios es mucho más grande. Esta fe inquebrantable permitió al
pueblo de Israel sobrevivir, y así ha sido hasta el día de hoy.
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