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Salmo 75 (74)

Al Director. «No destruyas». Salmo de Asaf. Cántico. 

Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, invocando tu nombre, contando tus maravillas. 

«Cuando elija la ocasión,  yo juzgaré rectamente. Aunque tiemble la tierra con sus habitantes, yo he afianzado sus columnas». (Pausa) 

Digo a los jactanciosos: «No os jactéis»; a los malvados: «No alcéis la testuz, no alcéis la testuz contra el cielo», no digáis insolencias contra la Roca. 

Ni del oriente ni del occidente, ni del desierto ni de los montes, solo Dios gobierna: a uno humilla, a otro ensalza. 

El Señor tiene una copa en la mano, un vaso lleno de vino drogado: lo da a beber hasta las heces a todos los malvados de la tierra. 

Pero yo siempre proclamaré su grandeza, y tañeré para el Dios de Jacob: derribaré el poder de los malvados, y se alzará el poder del justo.

. . .

Muchos salmos de Asaf parten de una situación real: el pueblo de Israel en el exilio, sometido a un imperio poderoso, Babilonia, ha visto cómo su ciudad y su templo eran destruidos y ahora tienen que arrodillarse ante su conquistador.

Pero la resistencia del pueblo judío perdura. El salmista increpa a los poderosos: No alcéis la testuz contra el cielo. Hoy también hay personas, grupos e instituciones que ostentan el poder. De sus decisiones depende el destino de millones de personas. Se alzan sobre la tierra y desafían al cielo, porque no reconocen la presencia de Dios, rechazan su existencia e ignoran su poder.

Los humanos que juegan a ser dioses pueden dominar durante un tiempo. Pero el salmista recuerda: Dios tiene una copa en la mano, y lo dará a beber hasta las heces a los malvados de la tierra. Dios hará justicia. ¿Cuándo y cómo? Desearíamos verlo, desearíamos regocijarnos ante su caída... Quizás lo veremos, quizás no. La vida da muchas vueltas, pero hay algo cierto. En el momento decisivo, todos afrontaremos nuestro destino. Y ¡ay de las almas que no cultivaron la bondad! ¡Ay de las que se aferraron sólo a los bienes materiales, que son perecederos, o a los poderes del mundo, que son tan cambiantes!

Los poderosos, en el fondo, han construido su casa sobre arena. Son gigantes con pies de barro; su propio peso los hará caer.

Un principio de la sabiduría es reconocer nuestra realidad humana, ¡somos tan pequeños! Y al mismo tiempo, la grandeza de Dios. Porque ¡también somos un reflejo de su luz! Somos diminutos y grandes al mismo tiempo. Vivir esta paradoja nos hace humildes y esperanzados. No nos dejemos llevar por los vaivenes del mundo. Dios es un ancla firme. Con él viviremos y podremos crecer. Esta es la certeza del justo que canta a Dios.

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