Al Director. «No destruyas». Salmo de Asaf. Cántico.
Te
damos gracias, oh Dios, te damos gracias, invocando tu nombre, contando tus
maravillas.
«Cuando elija la ocasión, yo juzgaré rectamente. Aunque tiemble la tierra con sus habitantes, yo he afianzado sus columnas». (Pausa)
Digo a los jactanciosos: «No os jactéis»; a los malvados: «No alcéis la testuz, no alcéis la testuz contra el cielo», no digáis insolencias contra la Roca.
Ni
del oriente ni del occidente, ni del desierto ni de los montes, solo Dios gobierna: a uno humilla, a otro ensalza.
El Señor tiene una copa en la mano, un vaso lleno de vino drogado: lo da a beber hasta las heces a todos los malvados de la tierra.
Pero
yo siempre proclamaré su grandeza, y tañeré para el Dios de Jacob: derribaré el poder de los malvados, y se alzará el poder del
justo.
. . .
Muchos salmos de Asaf parten de una situación real: el
pueblo de Israel en el exilio, sometido a un imperio poderoso, Babilonia, ha
visto cómo su ciudad y su templo eran destruidos y ahora tienen que arrodillarse
ante su conquistador.
Pero la resistencia del pueblo judío perdura. El salmista
increpa a los poderosos: No alcéis la testuz contra el cielo. Hoy
también hay personas, grupos e instituciones que ostentan el poder. De sus
decisiones depende el destino de millones de personas. Se alzan sobre la tierra
y desafían al cielo, porque no reconocen la presencia de Dios, rechazan su
existencia e ignoran su poder.
Los humanos que juegan a ser dioses pueden dominar durante
un tiempo. Pero el salmista recuerda: Dios tiene una copa en la mano, y lo dará
a beber hasta las heces a los malvados de la tierra. Dios hará justicia.
¿Cuándo y cómo? Desearíamos verlo, desearíamos regocijarnos ante su caída...
Quizás lo veremos, quizás no. La vida da muchas vueltas, pero hay algo cierto.
En el momento decisivo, todos afrontaremos nuestro destino. Y ¡ay de las almas
que no cultivaron la bondad! ¡Ay de las que se aferraron sólo a los bienes
materiales, que son perecederos, o a los poderes del mundo, que son tan cambiantes!
Los poderosos, en el fondo, han construido su casa sobre
arena. Son gigantes con pies de barro; su propio peso los hará caer.
Un principio de la sabiduría es reconocer nuestra realidad humana,
¡somos tan pequeños! Y al mismo tiempo, la grandeza de Dios. Porque ¡también
somos un reflejo de su luz! Somos diminutos y grandes al mismo tiempo. Vivir esta
paradoja nos hace humildes y esperanzados. No nos dejemos llevar por los vaivenes
del mundo. Dios es un ancla firme. Con él viviremos y podremos crecer. Esta es la
certeza del justo que canta a Dios.
Comentarios
Publicar un comentario