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Salmo 76 (75)

Al Director. Para instrumentos de cuerda. Salmo de Asaf. Cántico.

Dios se manifiesta en Judá, su fama es grande en Israel; su tabernáculo está en Salén,  su morada en Sión: allí quebró los relámpagos del arco, el escudo, la espada y la guerra. (Pausa) 

Tú eres deslumbrante, magnífico, con montones de botín conquistados. 

Fueron despojados los valientes que dormían su sueño,  y a los guerreros no les responden sus brazos. Con un bramido, oh Dios de Jacob, inmovilizaste carros y caballos. 

Tú eres terrible: ¿quién resiste frente a ti al ímpetu de tu ira? Desde el cielo proclamas la sentencia: la tierra teme sobrecogida cuando Dios se pone en pie para juzgar, para salvar a los humildes de la tierra. (Pausa) 

La cólera humana tendrá que alabarte, los que sobrevivan al castigo harán fiesta en tu honor. Haced votos al Señor y cumplidlos, y traigan los vasallos tributo al Temible: él deja sin aliento a los príncipes, y es temible para los reyes del orbe.

. . . 

Este es otro salmo que nos presenta una imagen del Dios guerrero y magnífico, que derrota a los valientes y poderosos y salva a los humildes de la tierra. Es una visión muy propia del mundo antiguo.

Dios es la esperanza de los derrotados, de los vencidos, de los pequeños y los pobres, que son sometidos ante los ejércitos avasalladores. Habrá voces críticas que dirán que este salmo es un cántico de revancha y envidia contra los vencedores; un consuelo para derrotados y resentidos. En realidad, este salmo es un clamor por la justicia.

Leamos estos versos en clave espiritual. ¿Cuántas veces nos hemos sentido pequeños, vencidos y abrumados por los avatares de la vida? ¿Cuántas veces nos sentimos impotentes cuando nos sobreviene algún mal? ¿Cuántas veces nos indignan las noticias que vemos y escuchamos: guerras, corrupción, injusticia y tiranía sobre las gentes de a pie? A veces la vida parece una tormenta en alta mar y nos sentimos a punto del naufragio.

Pero Dios es más grande que todos los males del mundo. Dios está presente y más allá de la naturaleza y de la historia. Y Dios está presente, también, en lo más hondo de nuestro ser.

El salmista nos está recordando algo crucial: si queremos que nuestra vida sea algo más que aguante y supervivencia triste, necesitamos contar con Dios. Barrer a Dios del mundo y de nuestro día a día es letal, porque nos deja a merced de todos los vientos. Alguien dijo: quien no se arrodilla ante Dios, se arrodillará ante los hombres. O aún peor, ante un ídolo. Y los ídolos, lo sabemos, son exigentes. Reclaman devoción, absorben nuestras fuerzas y recursos, y dan poco o nada a cambio. Dios, en cambio, nos levanta de la postración, nos hace ponernos en pie y nos devuelve la dignidad. Él nos lo da todo.  

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