Al Director. Para instrumentos de cuerda. Salmo de Asaf. Cántico.
Dios
se manifiesta en Judá, su fama es grande en Israel; su tabernáculo está en Salén, su morada en Sión: allí quebró los relámpagos del arco, el escudo, la espada y la
guerra. (Pausa)
Tú
eres deslumbrante, magnífico, con montones de botín conquistados.
Fueron
despojados los valientes que dormían su sueño, y a los guerreros no les responden sus brazos. Con un bramido, oh Dios de Jacob, inmovilizaste carros y
caballos.
Tú
eres terrible: ¿quién resiste frente a ti al ímpetu de tu ira? Desde el cielo proclamas la sentencia: la tierra teme
sobrecogida cuando Dios se pone en pie
para juzgar, para salvar a los humildes de la tierra. (Pausa)
La cólera humana tendrá que alabarte, los que sobrevivan al castigo harán fiesta en tu honor. Haced votos al Señor y cumplidlos, y traigan los vasallos tributo al Temible: él deja sin aliento a los príncipes, y es temible para los reyes del orbe.
Este es otro salmo que nos presenta una imagen del Dios guerrero
y magnífico, que derrota a los valientes y poderosos y salva a los humildes de
la tierra. Es una visión muy propia del mundo antiguo.
Dios es la esperanza de los derrotados, de los vencidos, de
los pequeños y los pobres, que son sometidos ante los ejércitos avasalladores. Habrá
voces críticas que dirán que este salmo es un cántico de revancha y envidia
contra los vencedores; un consuelo para derrotados y resentidos. En realidad, este
salmo es un clamor por la justicia.
Leamos estos versos en clave espiritual. ¿Cuántas veces nos
hemos sentido pequeños, vencidos y abrumados por los avatares de la vida? ¿Cuántas
veces nos sentimos impotentes cuando nos sobreviene algún mal? ¿Cuántas veces
nos indignan las noticias que vemos y escuchamos: guerras, corrupción,
injusticia y tiranía sobre las gentes de a pie? A veces la vida parece una tormenta
en alta mar y nos sentimos a punto del naufragio.
Pero Dios es más grande que todos los males del mundo. Dios
está presente y más allá de la naturaleza y de la historia. Y Dios está
presente, también, en lo más hondo de nuestro ser.
El salmista nos está recordando algo crucial: si queremos
que nuestra vida sea algo más que aguante y supervivencia triste, necesitamos
contar con Dios. Barrer a Dios del mundo y de nuestro día a día es letal,
porque nos deja a merced de todos los vientos. Alguien dijo: quien no se
arrodilla ante Dios, se arrodillará ante los hombres. O aún peor, ante un ídolo.
Y los ídolos, lo sabemos, son exigentes. Reclaman devoción, absorben nuestras
fuerzas y recursos, y dan poco o nada a cambio. Dios, en cambio, nos levanta de
la postración, nos hace ponernos en pie y nos devuelve la dignidad. Él nos lo
da todo.
Comentarios
Publicar un comentario