Al Director. A Yedutún. Salmo de Asaf.
Alzo
mi voz a Dios gritando, alzo mi voz a Dios para que me oiga. En mi angustia busco a Dios; de noche extiendo las manos sin
descanso, y mi alma rehúsa el consuelo.
Cuando
me acuerdo de Dios, gimo, y meditando me siento desfallecer. (Pausa)
Sujetas
los párpados de mis ojos, y la agitación no me deja hablar. Repaso los días antiguos, recuerdo los años remotos; de noche lo pienso en mis adentros, y meditándolo me pregunto: «¿Es que el Señor nos rechaza para siempre | y ya no volverá a
favorecernos?
¿Se
ha agotado ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa? ¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, o la cólera cierra
sus entrañas?». (Pausa)
Y me
digo: «¡Qué pena la mía! ¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!». Recuerdo las proezas del Señor; sí, recuerdo tus antiguos
portentos, medito todas tus obras y considero
tus hazañas.
Dios
mío, tus caminos son santos: ¿Qué dios
es grande como nuestro Dios? Tú, oh Dios,
haciendo maravillas, mostraste tu poder a los pueblos; con tu brazo rescataste a tu pueblo, los hijos de Jacob y de José. (Pausa)
Te
vio el mar, oh Dios, te vio el mar y tembló, los abismos se estremecieron. Las nubes descargaban sus aguas, retumbaban los nubarrones, tus
saetas zigzagueaban.
Rodaba
el estruendo de tu trueno, los relámpagos deslumbraban el orbe, la tierra
retembló estremecida.
Tú
te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas, y no quedaba
rastro de tus huellas.
Mientras
guiabas a tu pueblo, como a un rebaño, por la mano de Moisés y de Aarón.
. . .
Israel recuerda. Rememora un tiempo de esclavitud, en Egipto,
y las hazañas de Dios para rescatarlo y llevarlo hacia la libertad. El mar que
se abre, los abismos estremecidos, los relámpagos como saetas... son imágenes
que nos llevan al Éxodo, a la salida del pueblo de Israel hacia la Tierra
Prometida, perseguidos por los egipcios, protegidos por Dios.
Israel nace como pueblo sabiéndose salvado por Dios y
llamado a un pacto con él. Pero ¿qué sucede siglos más tarde? Tras la
conquista, tras los jueces y los reyes, seiscientos años más tarde... ¡de nuevo
la conquista y la esclavitud! De nuevo el exilio y la añoranza, en tierras
babilonias. De nuevo el lamento y el gemido. ¿Nos ha rechazado Dios? ¿Se agotaron
su misericordia, sus promesas, su bondad? ¿Tan enfadado está?
Traslademos estas emociones a nuestro presente. Cada cual
conoce su propia historia. En momentos de honda crisis, de sufrimiento, de
enfermedad, accidente o abandono, pérdida de seres queridos o de otros bienes,
¿acaso no nos hemos sentido así? Dios mío, ¿por qué me castigas? ¿Por qué permites
esto? ¿Por qué estás lejos y no respondes? ¿Te has enfurecido contra mí? Es
fácil cerrar nuestro corazón y hundirnos en la miseria, despotricando contra el
cielo.
Asaf, el salmista de los tiempos difíciles, nos da una salida.
Sí, el pueblo necesita llorar y lamentarse. Pero no durante mucho tiempo. El
duelo debe terminar. Y entonces hay que lanzar una mirada limpia a nuestra
realidad. ¿Qué ha hecho Dios en nuestra vida? Hagamos dos listas y veremos que
las cosas grandes y luminosas, por las que debemos estar agradecidos, son muchas
más. Y aunque las desgracias sean
muchas, y enormes, aún encontraremos motivos para dar gracias. Hay algo que
decanta la balanza definitivamente a favor de Dios, nada puede contrarrestar su
peso: existimos. Estamos vivos. Somos, y tenemos un alma a imagen del mismo
Dios. En nosotros está la fuerza para superar cualquier obstáculo, cualquier
pena, cualquier dolor. Si dejamos que Dios nos guíe, nos llevará por en medio
de las aguas y nos conducirá a buen puerto. Con él no hay nada que temer.
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