Salmo de David.
Voy a cantar la bondad y la justicia, para ti es mi música, Señor; voy a explicar el camino perfecto: ¿cuándo vendrás a mí? Andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa; no pondré mis ojos en intenciones viles.
Aborrezco al que obra mal,
no se juntará conmigo. Lejos de mí el corazón torcido, no aprobaré al
malvado.
Al que en secreto difama a
su prójimo lo haré callar; ojos engreídos, corazones arrogantes no los
soportaré.
Pongo mis ojos en los que
son leales, ellos vivirán conmigo; el que sigue un camino perfecto, ese me
servirá.
No habitará en mi casa el
que actúa con soberbia; el que dice mentiras no durará en mi presencia.
Cada mañana haré callar a
los hombres malvados, para excluir de la ciudad del Señor a todos los
malhechores.
Este salmo enumera una serie de actitudes que alejan de
Dios. En contraste, David, el salmista, canta la bondad y la justicia, el
camino perfecto. La imagen del camino recto, del que no hay que apartarse,
es muy idónea. En país de montañas y desiertos, desviarse del sendero podía
suponer la muerte. En el plano espiritual, apartarse de la bondad y la justicia
puede suponer la agonía del alma y la perdición.
Corazón torcido, ojos engreídos, corazón arrogante,
difamación, mentira, maldad: no los soportaré. Son estas las cosas que
el salmo nos invita a arrojar fuera de nuestra vida. Y podemos pensar:
nosotros somos humildes, no tenemos malas intenciones, no mentimos ni
difamamos... ¿Es esto cierto? Cuántas veces pensamos mal, sin tener motivo
suficiente; cuántas veces criticamos a espaldas de; cuántas veces nos envenenamos
con resentimientos y deseos de revancha. Cuántas veces vamos por la vida esgrimiendo
nuestra «verdad» por delante, sin escuchar, atropellando a todos. Cuántas veces
repetimos: genio y figura, hasta la sepultura, y somos incapaces de
cambiar y de abrirnos a los demás. ¿No es esto arrogancia, torcedura de corazón
y difamación?
El salmo 101 nos invita a hacer examen de conciencia. ¿Qué
actitudes o conductas contaminan nuestro corazón? Echémoslas fuera. Digamos:
¡no os soporto más! No os quiero aquí. Y emprendamos, con valor, el camino perfecto, el camino recto que
lleva a Dios. Ese camino nos llevará de vuelta, reconciliados, a los demás.
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