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Salmo 83 (82)

Cántico. Salmo de Asaf.

Oh Dios, no guardes silencio; no te quedes, oh Dios, callado e impasible. Mira cómo se alborotan tus enemigos, cómo te desafían los que te odian. Con astucia conspiran contra tu pueblo; conspiran contra aquellos a quienes tú amas. Y dicen: «¡Venid, destruyamos su nación! ¡Que el nombre de Israel no vuelva a recordarse!»

Como un solo hombre se confabulan; han hecho un pacto contra ti: los campamentos de Edom y de Ismael, los de Moab y de Agar, Guebal, Amón y Amalec, los de Filistea y los habitantes de Tiro. ¡Hasta Asiria se les ha unido; ha apoyado a los descendientes de Lot!

(Pausa)

Haz con ellos como hiciste con Madián, como hiciste con Sísara y Jabín en el río Quisón, que perecieron en Endor y quedaron en la tierra, como estiércol. 

Haz con sus nobles como hiciste con Oreb y con Zeb; haz con todos sus príncipes como hiciste con Zeba y con Zalmuna, que decían: «Vamos a adueñarnos de los pastizales de Dios». 

Hazlos rodar como hojarasca, Dios mío; ¡como paja que se lleva el viento! Y así como el fuego consume los bosques y las llamas incendian las montañas, así persíguelos con tus tormentas y aterrorízalos con tus tempestades. 

Señor, cúbreles el rostro de ignominia, para que busquen tu nombre. Que sean siempre puestos en vergüenza; que perezcan humillados. Que sepan que tú eres el Señor, que ese es tu nombre; que sepan que solo tú eres el Altísimo sobre toda la tierra. 

. . .

Los enemigos de Dios se alborotan. ¿Tiene Dios enemigos? ¿Hay quien pueda enfrentarse o rivalizar con él? O, al contrario, ¿alberga odio el Señor contra algún pueblo o ser humano sobre esta tierra?

Desde nuestra mentalidad de hoy decimos: ¡No! Dios no tiene enemigos. Nadie es como él, y él no desea la destrucción de nadie.

Pero el salmo es un cántico humano, y el salmista quiere identificar los sentimientos del pueblo con los de su Dios. Los enemigos de Dios, en realidad, son los enemigos de Israel.

Fijémonos en los nombres que se citan: Moab, Edom, Ismael, Agar, Guebal, Amón y Amalec. Nos resultan familiares porque aparecen en otros lugares de la Biblia. Se trata de los países que rodeaban la provincia de Judá bajo el Imperio persa cuando, bajo el reinado de Ciro, unas cuantas familias judías retornaron del exilio en Babilonia y se reinstalaron en la tierra de sus padres.

El retorno del exilio se recoge en los libros de Esdras y Nehemías. No fue fácil, y los recién llegados, que se propusieron reconstruir el Templo y restaurar el culto al Dios de Israel, se toparon con la envidia, la hostilidad e incluso el ataque de los países vecinos, también sometidos al rey persa. Acusaron a los judíos de conspirar contra el rey, los denunciaron, los atacaron durante las obras e incluso intentaron asesinar a sus líderes. No pudieron con ellos, pero esto provocó una fuerte reacción defensiva de las familias judías. Estos enemigos son enemigos de Dios, conspiran contra él, se oponen a que reconstruyamos nuestro Templo, clama el salmista. Y lanza contra ellos su diatriba.

A continuación, nombra otros enemigos del pasado, grabados en la memoria de Israel. Son los enemigos de los tiempos remotos de los jueces, que fueron derrotados por las tropas israelitas: Sísara y Jabín (los derrotados en el cántico de Débora), Oreb y Zeb, Zeba y Zalmuna. Y el salmista ruega a Dios que haga perecer a los enemigos como paja en el viento, que los acose con sus tormentas y que sean consumidos como leña bajo el fuego. ¡Los hermanos Zebedeos debían conocer bien este salmo!

Dios escucha nuestras plegarias. Sí, también los clamores de venganza. Otra cosa es cómo responde. Él hace justicia a su manera y en su momento. Jesús reprendió a Juan y a Santiago por su ira justiciera. Dios, el Padre del cielo, jamás se vengó de aquellos que conspiraban contra su Hijo y llegaron a matarlo.

Pero Dios respondió con algo mucho mayor que fuego del cielo o tempestades vengadoras. La respuesta del Padre rebasó toda expectativa humana y todo poder: la resurrección. Dejemos en sus manos la justicia, y confiemos en él.

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